Marcelo Chinche Calizaya
Las elecciones primarias perdieron sentido mucho antes de su realización, en virtud a que las fuerzas políticas presentaron un solo binomio en su fórmula y hubiere sido suficiente que la Asamblea Legislativa incorpore un artículo específico -incluso por la vía de la urgencia- que señale la suspensión cuando no exista competencia; y así evitar el despilfarro innecesario de recursos. Sin embargo, pudo más la tozudez del partido gobernante que no se resignó a cumplir los resultados del 21-F; orquestando una nueva estrategia política con dos componentes, primero la Ley de Organizaciones Políticas y la segunda, convocar a las elecciones primarias obligatorias.
Al margen de los resultados obtenidos, corresponde analizar el costo económico y político que dejan las primarias, especialmente para el Movimiento al Socialismo. La inversión económica de las primarias alcanzó a 27 millones de bolivianos y en el referéndum del 21-F (2016), fueron utilizados 165,9 millones, cuyos resultados serían desestimados totalmente. No ocurre lo mismo con el resultado de las primarias que, en lo instrumental, cumplió su cometido de habilitar al MAS y sus candidatos para terciar en las generales del mes de octubre.
El costo político para el MAS no es nada alentador y satisfactorio, pues ha evidenciado la frágil capacidad de convocatoria de la base militante que no participó mayoritariamente, dejando entrever además del ausentismo, el cansancio, la presión y obligatoriedad, principalmente de aquellos que desempeñan la función pública en el aparato estatal. También dejaron truncadas las expectativas del presidente de dar “wasca a la derecha”. De las actas al 100%, el MAS registra un 3,91% de votos blancos y un 6,06% de votos nulos; logrando movilizar a 451.026 militantes de los 991,092 inscritos ante el TSE y que representa el 45,51%; muy lejos de alcanzar el 70% vaticinado por el vicepresidente.
Sería un grave error desestimar tales resultados y principalmente no admitir el fiasco político en su intento de legitimar indebidamente al binomio Morales-Linera que, muy a pesar del aparato estatal del cual dispone, no tuvo la capacidad de legitimarse siquiera ante su militancia, cada vez más reacia, molesta y decepcionada de su organización política. De ahí que las primarias no fueron nada auspiciosas para el MAS y menos significaron dejar atrás los resultados del 21-F, que para cualquier gobierno normal hubiese constituido la sepultura a sus pretensiones de reelección; pero esta administración con soltura inmoral la desconoció, mediante la aplicación preferente de derechos políticos por encima de la CPE. Pero como todo en esta vida tiene su karma, cuando una Ley no está bien hecha -como la de Organizaciones Políticas- y además empieza a ser condicionada a la coyuntura y obligatoriedad de realizar las primarias violentamente este año, de seguro se puede identificar a los grandes perdedores.
Lo cierto es que el MAS se encuentra inevitablemente transitando por los senderos de la derrota política en unas primarias donde se las arregló para jugar solo y perder, manipulando la Constitución y la democracia a su antojo; poniendo en vilo su propia estructura y fortaleza electoral, recibiendo un duro revés y “un efecto búmeran” en su intento de sepultar el 21-F. La pretensión de inscribir militantes sin mayor sentido para adular al “jefe”, los malestares internos y la presión a los servidores públicos fueron sumatorias para el “voto castigo” que ahonda aún más las crisis de identidad y la paranoia persecutoria de los resultados del 27-E; en un juego armado para demostrar su poder sobre el resto, pero que solo ha evidenciado los complejos de un partido que siempre fue movimiento constituido segmentariamente por un indigenismo y sindicalismo prebendal, y que no es capaz siquiera de creer en sus propios artificios.
El autor es MGR. Docente investigador de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) – Cbba.
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