“¿Qué ha sido hasta hoy nuestra Bolivia sino un campo de lucha permanentemente estéril, de dispersión de valores y de ingentes sacrificios? Queden pues atrás y para siempre el tumulto callejero y la asonada infamante, para que todo régimen de gobierno, como las instituciones libres, descansen en base legal y democrática”.
Con estas palabras, hace más o menos 70 años, se refería a la situación política de su tiempo, el escritor, político y diplomático Eduardo Diez de Medina (*).
En política los bolivianos hemos caminado dando tumbos desde los orígenes de la República. Hemos ignorado, en ciertos momentos, la convivencia civilizada, tan propicia para construir puentes de amistad y diseñar metas de progreso. Fuimos enceguecidos por intereses mezquinos. Y hemos convertido el país en “un campo de lucha permanentemente estéril, de dispersión de valores y de ingentes sacrificios”. Esa fue nuestra experiencia negativa.
En este marco es necesario e imperioso asumir actitudes que permitan “que todo régimen de gobierno, como las instituciones libres, descansen en base legal y democrática”. Que ratifiquen, pues, la voluntad popular, expresada en las urnas. Sin chanchullos, obviamente.
Que la intolerancia y la incomprensión no profundicen nuestras diferencias. Que el oriental sea amigo del occidental o viceversa, que el uniformado acompañe al civil, que el poderoso sea sensible con el débil. Que hombres y mujeres aúnen esfuerzos por un futuro mejor.
“Queden pues atrás y para siempre el tumulto callejero y la asonada infamante”, por el bien común. El proceso político nacional siempre ha sido, ciertamente, caótico. Con víctimas y victimarios, con dolor y muerte, con favorecidos y desfavorecidos. Pero debemos direccionarlo, pensando, en todo caso, en los supremos intereses nacionales.
La historia patria está plagada por hechos insólitos. Unos que representan la postración socio-económica y otros el desmembramiento, inclusive, territorial. Y el entreguismo, a fuerzas externas, que tanto daño le hizo al país. Duele rememorar tales hechos.
Eduardo Diez de Medina, por lo visto, hizo un llamado a la reflexión y cordura, a su generación, a fin de preservar la unidad nacional. Pero esta invocación debe recaer también sobre las generaciones del presente.
En suma: la unidad es una de las prioridades, para reivindicarnos ante la historia y los hombres.
(*) Eduardo Diez de Medina: “Diplomacia y Política Internacionales”. La Paz, Bolivia, 1949. Pág. 274.
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