Economía de palabras
La policía ha capturado cinco toneladas de mineral de estaño en Huanuni, que habían sido robadas por ladrones especializados, y las ha entregado a las autoridades.
De los autores del robo, ni una sola pista. Los “jucus” están a buen recaudo en esta operación, más o menos como ocurre con las capturas de drogas en el país, en que nadie cae preso.
Otros robos que se dan en Huanuni quedan en el anonimato o en la impunidad, sin falta.
Nadie ha dado los nombres de los responsables de haber pagado 50 millones de dólares a una empresa china, con representantes nacionales, que vendió el ingenio Lucianita, que no sirve para nada.
No ha de ser difícil identificarlos, porque cometieron algunos errores garrafales. Por ejemplo, no tuvieron cuidado en leer el contrato, según el cual el ingenio necesitaba, para funcionar normalmente, de un flujo seguro de agua.
Y ocurre que en Huanuni no hay agua ni siquiera para que la gente la beba todos los días, o la use para otros menesteres. No hay agua en Huanuni y las autoridades masistas de Comibol compran un ingenio que requiere de agua para poder funcionar.
Otro descuido de estos ladrones, por el que se los podría identificar: compraron un ingenio para tratar 3.000 toneladas diarias de concentrados estaño, pero ocurre que la capacidad de producción de la mina es de solamente 1.300 toneladas.
Estos señores tienen, respecto de los números, más confusiones que un famoso doctor en matemáticas que funge de vicepresidente.
Algo hay en los aires de Huanuni que lleva a que se cometa errores de números. En 2006, la mina funcionaba a la perfección con 700 obreros, pero un día el presidente Evo Morales decide que la planilla de trabajadores debe incrementarse en 4.500.
La empresa recibió la orden del presidente y la aplicó de inmediato. Es probable que los dirigentes sindicales que hacían de improvisados gerentes de la empresa creyeron que un cocalero sabe mucho de negocios, por aquello de que todos ellos son millonarios, y acataron la orden. La producción de la mina no aumentó en proporción a ese incremento de mano de obra, sino que disminuyó.
En suma, que los “jucus” de Huanuni terminan siendo los más inocentes de toda esta historia. Se dedican a robar mineral. Conocen los cientos de kilómetros de socavones como la palma de sus manos. Más que los ingenieros. Y saben dejar algunas cargas para que los policías se entretengan, dándoselas de héroes.
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