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[Víctor Corcoba]

Algo más que palabras

Del desánimo reinante al ánimo inherente


Ha llegado el momento de activar los acuerdos para una mayor quietud en el planeta. La tierra no puede ser un campo de batalla entre sus moradores. Tampoco podemos caer en el desánimo. Estamos llamados a propiciar un estado de ánimo positivo, que es lo que nos embellece como individuos. Desde luego, merecemos otros caminos más auténticos, más de concordia entre los linajes, que nos hagan reconocernos en esa atmósfera armónica de unión y unidad, que es lo que verdaderamente hace que avancemos como ciudadanía con plenos e iguales derechos.

En consecuencia, actitudes recientes como la del Gobierno centroafricano que, con el apoyo de las Naciones Unidas, alcanzase un acuerdo con más de una decena de grupos armados para terminar con las hostilidades que han sumido al país en la violencia desde 2013, cuando menos es una esperanzadora noticia, un referente a imitar. Hablando, hemos de entendernos siempre. Pensemos que la norma más singular, primera y esencial a toda vida humana, radica en buscar sosiego; y, por ello, hay que poner voluntad en lograrlo.

Bajo ese afán de diálogo, en el que el coraje o el ánimo actúan siempre, el raciocinio como espíritu es fundamental. Asimismo, la pujanza del carácter y de los sentimientos ha de ayudar a que la razón alcance un conocimiento más edénico, y así poder ser un agente esclarecedor. Sin duda, nos hace falta tomar otro rumbo más equitativo y humano. Alejémonos de toda distracción que nos adoctrine. La libertad es para vivirla. Por ejemplo, las personas corruptas carecen de nervio para reaccionar, están vendidos a ese putrefacto orbe. No caigamos en el desaliento entonces. Pongámonos a cambiar esa cruel realidad.

Numerosa gente sufre y es víctima de las mayores tropelías de deshumanización. Son muchas las contiendas inútiles, cuantioso el odio sembrado, multitud las venganzas vertidas. Quizás el mundo sea gemido y lucha, pero también debe ser euforia por el cambio, anhelo y entusiasmo por mejorar la existencia de todos y de cada uno en particular.

Por tanto, en medio de tantos signos de desconsuelo, de injusticias, necesitamos tender la mano al que lo necesita; pero, de igual modo, también se requiere de otras disposiciones más comprensivas, que nos faciliten la convivencia, haciéndonos más humanitarios y cooperantes para emprender otros andares más inclusivos, a través del auténtico abrazo de la reconciliación y el desarrollo. Por cierto, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, 2,9 millones de seres humanos, más de la mitad niños, necesitarán asistencia humanitaria y de protección en el país africano durante 2019. Casi nada. Son cifras que llevan implícitas latidos del alma. Se trata de más del 63% de la población total.

También como reconoce Naciones Unidas, cada vez más niños son privados de la educación porque las escuelas son atacadas, destruidas, dañadas u ocupadas o porque los niños y sus familias tienen miedo de asistir a clases por los riesgos a los que pueden estar expuestos en la carretera o en el propio centro educativo, como el secuestro, el reclutamiento o la violencia sexual por las partes en conflicto. Esta situación es muy grave, gravísima, puesto que es nuestra responsabilidad mitigar o reducir la vulnerabilidad de los niños ante esta grave violación.

Indudablemente, hacen falta mortales de ánimo gozoso para que nos hagan la vida más llevadera; un intelecto triste, todo lo marchita a su paso. Me quedo con lo que hace unos días dijo el Papa Francisco, al recomendar a los participantes de una orden hospitalaria, que bien puede hacerse extensiva a todos, la creación de redes “samaritanas” en favor de los más débiles, con atención particular a los enfermos pobres, y – en este sentido afirmaba- “que nuestros hogares sean siempre comunidades abiertas y acogedoras para globalizar una solidaridad compasiva”.

En efecto, quien amasa estas ilusiones que fraternizan suelen vivir de otro modo, para empezar con un crecimiento más interno, más de entrega, más de colaborar en esa integración que todos nos merecemos. En este sentido, hay que alegrarse de los programas de reincorporación sostenibles, financiados de manera segura para los niños que anteriormente estaban asociados con fuerzas y grupos armados, resaltando la creación de una Coalición Mundial para la Reintegración, copresidida por Unicef, lanzada en septiembre de 2018.

Al fin y al cabo, si en verdad queremos asegurar su protección y una transformación en el mundo, es primordial romper los ciclos de violencia y prevenir futuros conflictos. La paz llegará cuando la justicia nos alcance a todos para defender la vida y abrazar la autenticidad de lo que hemos de ser: Amor, ¡sólo amor!

El autor es escritor.

corcoba@telefonica.net

 
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