En el mundo conviven, en un “tira y afloja” permanente, ni duda cabe, los partidarios de la democracia y los activistas contrarios a ella. Éstos, con sus inquietudes antagónicas, escribieron la historia de la humanidad, en todos los tiempos y pueblos.
Actualmente los primeros se han multiplicado y los segundos se han reducido ostensiblemente. Aquellos contribuyeron a consolidar la convivencia civilizada y los últimos siempre han buscado imponer sistemas restrictivos, para la actividad política, para los Derechos Humanos, para el ejercicio del periodismo y para el quehacer intelectual.
Sólidos bloques de países, en acción conjunta con organismos internacionales, hacen de la democracia un credo político. Representan y traducen, del este al oeste, del norte al sur, los principios democráticos. El espíritu de la fraternidad y de la solidaridad los anima y les permite devolver las esperanzas a quienes fueron defraudados en sus justas aspiraciones de bienestar social.
En ese marco se escucha y acata la decisión política de los pueblos. Se prioriza los Derechos Humanos, ya que siempre se valoró la vida. Se ensancha el cauce del pluralismo político, en la perspectiva de construir el paradigma de libertades. Y a fin de legar a quienes vienen detrás de nosotros un futuro más llevadero.
Quiénes somos amantes de la paz, del amor y la libertad, nos alineamos con Dios y la justicia. Con aquel ser supremo que nos depara días mejores y con la norma que regula la convivencia civilizada.
Con esa misma decisión han surgido las nuevas generaciones, que se han constituido en baluartes y firmes defensoras de la democracia. No han escatimado en derramar su sangre por el sublime objetivo democrático.
Por lo visto los que anhelan vivir en democracia, sinónimo de libertad, son muchos. Y los que añoran tiempos ya superados son pocos.
El anverso de la medalla se manifiesta con el desconocimiento a las aspiraciones populares de un destino mejor, con el sometimiento del pueblo a caprichos ideológicos y la conculcación de las garantías individuales. Una actitud cavernaria, que no condice con nuestros tiempos.
En suma: el mundo está polarizado, en dos bandos opuestos, y lo más urgente e imperioso es preservar la democracia, sobre todas las cosas.
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