En el artículo precedente, abordamos que la ideología del machismo se originó en la errónea concepción de eficacia y sobrevivencia que aplicaron sociedades primitivas, cuyo resultado fue el posicionamiento del hombre por encima de la mujer. Esto dio lugar al patriarcado, es decir a una organización social en que la autoridad es ejercida por un hombre jefe de cada familia, del cual, según la antropóloga Françoise Héritier, ni siquiera las sociedades matrilineales, en las que la filiación fuera transmitida por las mujeres, se salvaron, puesto que el poder era, al fin y al cabo, detenido por algún hombre.
En los siguientes artículos, veremos qué armas y mecanismos utilizó esta ideología proveniente de sociedades primitivas para permanecer arraigada hasta nuestras sociedades modernas. Una de sus armas fue la cultura, restringiendo el espacio público a la expresión únicamente masculina. Las mujeres debían quedarse en casa y, mejor, si calladas. Esto fue evolucionando y, lo sigue haciendo pero, para identificar abusos de poder, es necesario observar cómo se llegó a legitimar el monopolio de la expresión masculina en el espacio público. Lo vemos muy bien, en todo medio cultural, sea el de la literatura, de la pintura, del cine, de la música, hasta de la cocina, sobresalen figuras predominantemente masculinas. Y ni qué se diga del medio político. Entre los premios Nobel, en toda su historia desde 1959, las mujeres representan el 5%. Esto se debe a que el machismo se sirvió de la cultura como arma para construir y ‘blindar’ al patriarcado.
Lo observamos, para citar un ejemplo, desde el año 500 A.C., en los mitos griegos fundadores del poder. Según la crítica literaria Mary Beard especializada en literatura clásica, sea Clitemnestra, Medea o Antígona, estas protagonistas no son ejemplos a seguir. Si estas mujeres toman el poder es de manera ilegítima y de modo que lleva al Estado a la ruina y al desorden. Es más, son representadas como híbridos monstruosos que, para el imaginario griego, ni son mujeres. El objetivo es arrebatarles el poder. Estos mitos griegos justifican que las mujeres sean excluidas hasta de la propia vida y funda la dominación de los hombres.
Hace poco, un grupo de feministas propuso que se sustrajeran obras machistas como objetos de estudio de los programas escolares. Ante eso, recordamos todo/as, la reacción de Mario Vargas Llosa declarando que “el feminismo es el más resuelto enemigo de la literatura”. No me extrañó que esta afirmación proviniera de su parte, luego de haber leído uno de sus más célebres libros, “La fiesta del Chivo”, que relata la dictadura militar en República Dominicana. Existen múltiples maneras de contar esta historia, pero él decidió hacerlo desde un ángulo, en el que el punto culminante de la novela, es la violación del dictador a la protagonista cuando tenía 14 años. Esta violación se comete durante «La Fiesta del Chivo», como se denominó el evento para que esto aconteciese - y como el autor tituló a su libro- durante el cual, el dictador le dice a la niña, “Romper el coñito de una virgen excita a los hombres” (Vargas Llosa, op. cit. p. 503)». Y años después, la protagonista, ya adulta, dirá: “Mi único hombre fue Trujillo. Como lo oyes. Cada vez que alguno se me acerca, y me mira como mujer, siento asco. Horror. Ganas de que se muera, de matarlo. Es difícil de explicar»”. (Vargas Llosa, op.cit. p. 513).
¿Por qué hacer el punto culminante de la novela, el placer que siente el dictador cuando viola a la niña? Observamos que este enfoque, desde el cual es abordada esta dictadura, fue elección deliberada del escritor. La narración realista forma parte de mis predilectas y, recuerdo que aprecié la suya a lo largo de gran parte del libro -que es normal que no esté desprovista de violencia- hasta que, observé la manera en que narró este acto. Lo ejecuta de alguna manera más, que, simplemente, realista. Pienso que la duración y la manera de contar este acto de violación, así como, la elección conceptual de haber organizado todo el libro en torno a este momento, es una toma de posición voluntaria y consciente de usar el fantasma de la violación como un acto de poder, y no exactamente, para describirlo o denunciarlo, pero para disfrutarlo.
No estoy en contra de expresar las perversiones humanas en la literatura -al contrario- si son muestra de sinceridad y el objetivo es describir a la humanidad; sin embargo, estoy en contra, cuando se las usa como la expresión de fantasmas (perversos y personales) de poder, de un ser sobre otro, con el objetivo de desahogarse y con el riesgo de, seguidamente, legitimarlos en el imaginario colectivo. Debo confesar que me repugnó visualizar al autor complacido al narrar esto, pues a esta reacción me condujo su narración.
En esa misma entrevista donde denuncia al feminismo, Vargas Llosa afirma que la literatura es «la vía de escape de aquellos fondos malditos que llevamos dentro» y de impedirlo «estos encontrarían otras formas de reintegrarse a la vida ». Pues si le sirvió tanto hasta ahora, que continúe usando a la literatura de esta manera. Pero más importante, de cómo le complazca usar la literatura a este escritor, abramos los ojos al leer una obra o ante todo acto cultural. No todo lo que es cultura es bueno y no todo premio Nobel está a salvo de ser criticado.
Considero excesivo pedir, como lo hacen algunas ramas del feminismo, que las escuelas eliminen de sus programas algunas obras literarias de renombre que expusiesen un machismo flagrante, quizás sería conveniente evitarlas, pero en todo caso, es urgente, que al estudiarlas se ponga a luz y se denuncie el machismo presente en esas obras. De modo contrario, exhibir esas obras -que desde múltiples puntos de vista pueden ser obras de calidad- de manera imponente, sin criticar su componente machista, legitima este comportamiento, hasta lo romantiza. Por esta razón es, entonces, necesario, que al momento de estudiarlas se las contextualice y analice con espíritu crítico.
No es que, hasta el día de hoy, por ser mujeres tengamos que firmar bajo el nombre de un hombre para publicar un libro, como era el absurdo caso hasta principios del Siglo XX, pero luego de esta declaración, es evidente que el complejo de superioridad masculino en este ámbito, como en muchos otros, aún no se resolvió. Si el machismo está tan enraizado en nuestras sociedades es porque se volvió cultural, se apropió del espacio público vía la cultura. Ahora, que las cosas están cambiando, que estamos avanzando en conciencia y que las mujeres están reivindicando, cada vez más, su propia expresión en el espacio público, la manera de estudiar las obras culturales deben conducir a que cada una sea re-cuestionada desde este punto de vista. No se trata de unos cuantos libros o autores, se trata de todo un sistema cultural patriarcal a reemplazar por un sistema cultural abierto, justo y empoderador de mujeres, que recupere el retraso y enmiende el abuso.
La autora es magister en Derechos Humanos.
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