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El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en el marco de la ofensiva de los gobiernos, que recortan los pocos derechos democráticos conquistados por las mujeres, y de la violencia machista.
Gobiernos, medios de comunicación y empresas hablan de la opresión a la mujer, pero no exponen claramente la verdadera situación de ella. De hecho, la existencia de sectores oprimidos y marginalizados dentro de los diversos sistemas de gobiernos no es casualidad.
Entendemos por opresión la actitud de aprovecharse de las diferencias entre seres humanos, para colocar a unos en desventaja en relación con los otros. Significa beneficiarse de una diferencia en provecho propio, generando así una situación de desigualdad. La sociedad patriarcal es uno de los recursos utilizados para mantener a la mujer marginalizada. Se trata de un sistema jerárquico que se asienta en la familia, en el cual toda mujer ya viene al mundo a ocupar un lugar subordinado, definido en la sociedad.
Los historiadores del Siglo XIX fueron los primeros en preocuparse por el estudio del origen de la familia y afirmaron que la opresión a la mujer no es una invención casual, sino una característica de las relaciones sociales. Esto significa que durante un largo período de la historia de la humanidad, antes de las sociedades divididas en clases sociales, la mujer ejerció en pie de igualdad con el hombre, o con ventajas en relación con él, sus derechos sociales, siendo los bienes materiales colectivos, pertenecían a la comunidad, y eran obtenidos a partir de la recolección de alimentos y la caza, la agricultura y la domesticación de animales.
En la familia primitiva, el matrimonio se realizó, durante un largo período, dentro de las gens (estructura familiar de lazos consanguíneos), donde los hombres eran maridos y las mujeres, esposas. No había monogamia. Los hombres eran padres de todos los niños y las mujeres, madres. En un sistema como ese, la descendencia sólo podía ser verificada a través de la madre, lo que originó el matriarcado. La importancia de la mujer, como reproductora y único pilar seguro de la descendencia familiar, se extendía también a las tareas que desempeñaba en la comunidad: la transformación de los alimentos y el desarrollo de la agricultura.
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