Las redes constituyen espacios extraordinarios de movilización que, en un sentido, favorecen el intercambio inmediato de la comunicación e información, con amplias posibilidades de masificación e interacción entre grupos y comunidades virtuales organizadas. En el otro sentido y de forma simultánea, tienden a convertirse en verdaderos escenarios de cualquier intifada, sea ésta espontánea o programada.
En las redes debemos movernos con armadura, pero las más de las veces ni eso alcanza; pues somos geniales para los que están de acuerdo con nosotros e indeseables para los de la otra vereda que disienten contrariamente. La armadura, que en el fondo es el criterio formado, debería permitirnos ir más allá de los hechos y concentrarnos en los mensajes que se construye; es decir, no tanto sobre lo que pasó sino sobre cómo se lo va presentando, teniendo claro que una determinada sensación no es certeza, después de todo. Las redes dan muchas veces la aparente sensación de regular los debates sociales; lo cual no es así, aunque una parte de esos debates pasan por allí en sus versiones más intrigantes.
El sociólogo polaco Zygmund Bauman ya nos advirtió sobre el tránsito de esta “modernidad líquida”, donde conceptos de cambio, movilidad, flexibilidad, relatividad de valores, fluidez e incertidumbre se incorporan inexorablemente en la comprensión de nuestra sociedad, que continuamente sufre cambios y transformaciones irrecuperables, desplazándose con facilidad en todas las rutinas cotidianas de nuestras vidas, donde prima la individualidad por encima de lo público. A ello se agregan los sistemas de información y comunicación que tienden a modificarse y a relativizarse con mayor celeridad y rapidez gracias a las redes.
Precisamente, ahí se encuentra la paradoja del surgimiento de los guerreros digitales promovidos por el MAS, que emergen con ímpetu a modo de repeler entre comillas “las mentiras” promovidas por la derecha. Este grupo de cibernautas busca contrarrestar las ficciones y el desprestigio hacia la gestión del presidente, tan venida a menos, después de los resultados del referéndum del 21-F y éste último de las primarias del pasado 27 de enero.
Pero lo que aún no logran comprender es que las redes sociales por sí solas no tendrían impacto y eco si éstas no son rebotadas por los medios y no sobrepasaría el círculo en el que tiende a influir. Es decir, se necesita una caja de resonancia, donde un determinado “post” pueda trascender y viralizarse, y que bien podrían ser los medios o quizá, como sucedió en el pasado 21-F y el reciente acto eleccionario de las primarias del 27-E, la figura pública de Evo Morales. De ahí que las redes no tendrían la capacidad de armar conmoción sin que exista la participación de los medios, por lo que resulta un tanto extraño promover una comunidad de activistas digitales del oficialismo.
Las redes sociales han suscitado una suerte de cambio de escenarios de lucha y confrontación comunes (calles, bloqueos, marchas), hacia otros espacios de batallas virtuales, reconociendo con ello, el poder de influencia que poseen; además de ofrecer a los protagonistas la oportunidad de dirigir mensajes a multitudes de sujetos interconectados, haciendo efectiva la enorme ventaja de amplificar la capacidad de asimilación y respuesta de forma potencialmente abrumadora. Los riesgos están en la acentuación de la diatriba, la agresión y la confrontación en desmedro de espacios para el debate; la manipulación de la verdad llevada a extremos con resultados de doble filo para los guerreros digitales, que bien podría favorecer a sus intereses, o en el otro extremo, acrecentar en su propio desprestigio y destrucción, por la mayor experiencia, habilidad y creatividad de los ciudadanos que llevan más tiempo en el ciberespacio.
El autor es MGR. Docente investigador de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) – Cbba.
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