Algo más que palabras
“El signo más auténtico y verdadero de espíritu humanístico es la serenidad constante”.
Ciertamente somos diversos y son, precisamente, estos variados ritmos los que nos armonizan y embellecen a toda la humanidad, haciéndonos únicos y exclusivos. Todo se enriquece de esta complejidad de lenguas y conocimientos. Lo que hay que tratar es que la pluralidad se reconcilie consigo mismo y no abandone ninguno de sus latidos; porque una especie se hermana y fortalece en la medida que sabe universalizar sentimientos y pasiones, estéticas con éticas, al tiempo que acepta las diferencias, y propicia la convergencia hacia la dimensión humana de entenderse, tanto consigo mismo como con los demás.
Dicho lo cual, hemos de comprender que tampoco hay desarrollo humano si no aceptamos esta multiforme composición de caminos y caminantes, donde sólo cabe trabajar unidos por el planeta, que no uniformados, bajo una única consigna, la consideración hacia toda vida humana, lo que nos exige cierta clemencia y mucho corazón. Subsiguientemente, sembrar paz a nuestro alrededor nos dignifica siempre. Pongámonos en acción, pues. No basta con ser humanos, es necesario humanizarse.
El hecho de que las agencias de la ONU y otras ONGs alimentasen a más de 350.000 migrantes y refugiados venezolanos en Colombia durante el 2018 y ayudasen a dar alojamiento a más de diez mil personas, es un claro testimonio que nos engrandece el alma. No olvidemos que somos esencialmente humanos y sociales. Hasta para vivir requerimos la colaboración unos de otros. Es una lástima, por tanto, que la situación humanitaria se deteriore. A propósito, Naciones Unidas se queja de que cada vez tiene menos fondos para responder. En ocasiones, nos falta solidaridad y nos sobra ese espíritu de avaricia, la manera más evidente de un subdesarrollo moral que nos deshumaniza por completo. Los sistemas económicos no pueden girar en torno al dinero, han de circular alrededor del ser humano.
Téngase en cuenta que lo que nos enriquece es el compartir, no mirar hacia otro lado, o permanecer pasivos ante el dolor del que nos pide auxilio. Orientémonos en la donación, aunque nos traiga problemas; esto nos honra. Pensemos en que la mejor sapiencia no la dan los títulos, sino el conocernos en primera persona.
Ojalá aprendamos a enriquecernos desde ese amor incondicional, que derriba muros y distancias, al tiempo que nos hace más compasivos; ya que en toda existencia, cohabita una sola tristeza, la de no ser humanitarios. Cien millones de personas son empujadas a la pobreza extrema, cada año, porque no pueden hacer frente a los gastos médicos, según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud. Bajo este marco de debilidades, cuesta entender ciertas actitudes de frialdad humanística, cuando en realidad lo que nos ennoblece humanamente es saber acompañar a los que lloran y acompasar sus desvelos con nuestro apoyo.
La fuerza del testimonio de los grandes hombres de nuestra historia está, justamente, en vivir en coherencia los pequeños pulsos de cada día y en comunidad ofrecerlos; porque son estos pequeños detalles de entrega los que nos dan vida, en contra de la tendencia mundana actual que termina aislándonos entre sí. Por tanto, activemos la vigilancia y el combate hacia esas políticas engañosas, que nos atontan y nos vuelven inhumanos a más no poder. Coloquémonos, entonces, en disposición de enmendarnos, aunque para ello tengamos que salirnos de nosotros mismos. Rectificar es de sabios. Que la verdadera sabiduría está en reconocer nuestra propia torpeza.
Sea como fuere, el signo más auténtico y verdadero de espíritu humanístico es la serenidad constante. Bajo este triunfo hay siempre una cruz, la lucha permanente por la sensatez y una actitud de servicio inquebrantable. Así compartiremos una felicidad que nadie nos podrá sustraer. No dejemos perdernos y, aún peor, endiosarnos por moradores corruptos. Al fin y al cabo, la mejor enseñanza que uno puede llevar consigo, pasa por eliminar lo que no es indispensable y por incorporar un espíritu positivo y esperanzado.
No es cuestión de ponerse tristes, sino de gozarse por vivir y tomar la fuerza requerida para poder liberarnos de ataduras. Somos libres, seamos libres; somos amor, seamos amor; somos algo que late, seamos alguien que despierta; y todo esto, para todo momento y para toda caminata; sabiendo que la cognición también es humilde y sabia a la vez, porque no entiende más que de instantes precisos y concretos.
El autor es escritor.
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