“En el mundo se manifiesta una vigorosa emoción solidarista, cuyos límites están, por lo general, dados por el rigor de las propias necesidades”.
Esta apreciación corresponde a René Ballivián Calderón, misma que está inserta en su libro intitulado “Pensando en Voz Alta” (1).
Aquellas palabras se respaldan, hoy, con la actitud solidaria del mundo, que se ha volcado, en un accionar sin precedentes, a favor de un pueblo hermano, que, por la testarudez de sus gobernantes, atraviesa momentos sumamente angustiosos. Con grandes contingentes de hombres y mujeres, niños y niñas, que han abandonado el suelo patrio, en busca de un futuro más llevadero, en otras tierras. A pesar que en algunos lugares no fueron bien recibidos.
A pesar de estos pequeños problemas, “en el mundo se manifiesta una vigorosa emoción solidarista”, en auxilio de aquellos.
La solidaridad, ciertamente, es un recurso que permite sobrellevar la adversidad emergente de los desastres naturales o de ciertas políticas hambreadoras, que estilan gobiernos impopulares e insensibles. Ahí es donde ella se manifiesta con todas las fuerzas adquiridas en experiencias pasadas. Pero no es una solución definitiva a un problema, sólo es una medida paliativa.
“Pero es imposible negar que tanto en sus formas episódicas como permanentes, en ámbitos a la vez locales, nacionales e internacionales, proyectase este solidarismo como una de las grandes realidades del mundo moderno”, puntualiza (2).
La solidaridad traspasa fronteras y une a los pueblos en un haz de esfuerzos por el bien común. Es el brazo de la ayuda humanitaria que confraterniza y hermana a la especie humana en desgracia. Es la mano generosa que ofrece pan al hambriento, agua al sediento y medicamento al enfermo. Todo ello lo hace a fin de preservar, fundamentalmente, la vida, sobre todas las cosas. La vida que nos regaló el Supremo Creador. Esa vida que no puede ser tronchada por ninguna tendencia ideológica ni por capricho de cierto gobernante perturbado.
Y “proyectase este solidarismo, digamos parafraseando a Ballivián Calderón, como una de las grandes realidades del mundo moderno”. Y lo estamos viendo en la práctica. La solidaridad mundial avanza de manera imparable, distribuyendo sus beneficios a los sectores más vulnerables.
Su misión es, adicionalmente, llevarles la paz y la esperanza. Devolverles la fe y seguridad para que reconstruyan sus vidas sobre sólidas bases del trabajo cotidiano productivo.
Solidaridad que vence fronteras, que no discrimina, que no se detiene ante colores políticos ni ante credos religiosos, debido que su objetivo es favorecer a los humildes, no a los poderosos. Favorecer a quienes claman justicia y no así a quiénes permiten que sus prójimos mueran de hambre. Una nueva modalidad de someter al pueblo inerme.
Los que conocíamos a René Ballivián Calderón, por lo menos de vista, admirábamos su caballerosidad y privilegiada inteligencia.
En suma: la solidaridad internacional funcionará sin cortapisas hoy como ayer.
(1) René Ballivián Calderón: “Pensando en voz alta”. Editorial los Amigos del Libro, La Paz – Cochabamba, 1977. Pág. 60.
(2) Ídem. Pág. 59.
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