La obcecación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de construir un muro en la frontera con México y la negativa del Congreso para aprobarle un presupuesto millonario, lo ha llevado a amenazar con “declarar un estado de emergencia nacional” que le permitiría “recurrir a otras partidas para sufragar el proyecto” que él mismo declaró sería de 5.700 millones de dólares. El Congreso aprobó la “erogación de 1.375 millones de dólares para construir unos 88,5 kilómetros de muro fronterizo”.
Construir otro “muro de la vergüenza”, contrariando principios de derechos humanos, respeto a la vida y libertades de los pueblos es, simplemente, repetir lo que ocurrió en Berlín cuando el gobierno comunista decidió construir un muro para evitar que alemanes del Este huyan hacia Alemania Occidental en pos de libertad. Construir un nuevo muro, esta vez en el continente americano, es, a todas luces, repetición de lo hecho por el comunismo: no tener respeto ni consideración alguna por la dignidad, libertad y derecho del hombre; es atentar contra principios en que debería reinar la concordia, comprensión y solidaridad entre los pueblos; es, simplemente, satisfacer la soberbia, el orgullo, la prepotencia y las ambiciones hegemónicas de un Presidente de Estados Unidos, en franca contradicción con la calidad de presidentes que ha tenido Estados Unidos y que han sido ejemplares en su respeto por las libertades.
Nadie duda sobre la urgencia de combatir al narcotráfico, desterrar de la faz de la Tierra el letal negocio que cobra anualmente millones de víctimas en todo el mundo; es, debe ser, misión de todos los países y de todos los hombres; pero construir un muro para frenar la producción e ingreso a territorio estadounidense de drogas, no justifica que se viole principios de vida, derechos de las personas y menos sus libertades para emigrar y trasladarse a cualquier país en busca de mejores condiciones de vida, como es la intención de muchos mexicanos y centroamericanos de buscar trabajo, mejores condiciones para educarse, vivir en concordia y armonía como ha sido a través de los siglos desde que Estados Unidos encontró su independencia y es país libre y soberano, condiciones aptas y dignas para que todos los habitantes del planeta busquen acrecentar sus valores y mejorar su existencia.
El Sr. Trump no puede ni debe usar y gastar tanto dinero que, en todo caso, beneficiaría grandemente a su país y al mundo en luchar contra la pobreza, la miseria, el atraso y el subdesarrollo, que inclusive en este tiempo de auge norteamericano, subsiste en varios estratos de la sociedad estadounidense. Malgastar fortunas tan solo por satisfacer un capricho y hacer que el mundo sienta “el poder de la soberbia”, no es justo ni para el pueblo de Estados Unidos ni para la humanidad en general que ya, con la desaparición del muro en Berlín, ha logrado la restitución de la libertad y la concordia entre todos.
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