Antonio Pulido
La gran pregunta de la convivencia entre humanos y robots: Hay un conjunto de fuerzas que nos empujan, cada vez más rápido, a desarrollar tecnologías disruptivas y resulta muy difícil saber cuáles pueden ser las consecuencias en términos de comunidad, de relaciones entre las personas o políticas (Harari).
Yuval Noah Harari es un historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, especialmente preocupado por una visión global de la evolución del mundo y los procesos macrohistóricos. Hace cinco años publicó SAPIENS. DE ANIMALES A DIOSES (Debate, 2014), con más de cinco millones de ejemplares editados en 30 idiomas. Personalmente recomiendo su lectura, aunque algunas de sus interpretaciones sean discutibles; pero te entretiene y te ayuda a reflexionar sobre múltiples cuestiones con una amplia perspectiva.
En su recorrido por la historia de la humanidad, desde la aparición del homo sapiens en África oriental hace unos 200.000 años, describe y valora la revolución cognitiva/cultural (cuyo inicio fecha hace 70.000 años), la revolución agrícola (12.000), la revolución científica (cuyo inicio sitúa hace 500 años), la industrial (sólo 200 años) y dedica un epílogo a “El animal que se convirtió en dios”. Su diagnóstico se resume en que “hemos creado un mundo tan complicado que ya no somos capaces de encontrar sentido a lo que está ocurriendo”.
Realmente no entra en el tema en el tema de la convivencia futura sapiens-robots y centra su atención en la posible evolución de una nueva raza de ciborgs, que vayan incorporando progresivamente a su cuerpo componentes inorgánicos artificiales:
“En cierto sentido casi todos somos biónicos hoy en día, puesto que nuestros sentidos y funciones naturales están complementados por dispositivos como gafas, marcapasos, ortóticos e incluso ordenadores y teléfonos móviles (que descargan a nuestro cerebro algunas de sus tareas de almacenar y procesar datos). Estamos a punto de convertirnos en verdaderos ciborgs, de tener características inorgánicas que sean inseparables de nuestro cuerpo, características que modificarán nuestras capacidades, deseos, personalidades e identidades... porque el potencial real de las tecnologías futuras es cambiar al propio Homo sapiens, incluidas nuestras emociones y deseos”.
Con un poco de imaginación (y exageración) podemos pensar en ciborg-economistas, como en mi post (https://www.antoniopulido.es/ciborg-economistas-economistas-renovados/):
Decía entonces (9/4/18) que debemos admitir que, por muy valiosos que sean nuestros conocimientos actuales, necesitamos incorporar cambios radicales en muchos de nuestros enfoques y herramientas de trabajo. Se trata de complementar nuestro ser como economistas (lo orgánico) con nuevos enfoque y dispositivos, especialmente (pero no sólo) cibernéticos. Hemos de “incrustar” en nuestro ya valioso organismo, nuevos dispositivos que mejoren nuestras capacidades para aprovechar los enfoques y tecnologías disruptivas, rompedoras, que están cambiando radicalmente el mundo.
En 2016, dos años después de Sapiens, Harari complementa su visión de futuro con un nuevo libro: HOMO DEUS. BREVE HISTORIA DEL MAÑANA. El remate llegó el año pasado (Lessons for the 21st Century), en que se centra en el futuro más inmediato. De especial interés me parece su capítulo dedicado al trabajo, en que reconoce que la tecnología podrá reducir la disponibilidad de empleos remunerados ante la competencia de los robots, llevando a millones de personas a una desesperante situación de “en espera de trabajo”.
Con su perspectiva de historiador no puede admitir ese futuro para el sapiens y propone “ampliar el rango de actividades humanas que son consideradas como ‘trabajo’”. Podríamos necesitar dar un cambio a nuestras mentes y reconocer que cuidar a un niño (en general cualquier actividad de cuidados personales y sociales) puede considerarse como el trabajo más desafiante e importante del mundo.
A ese cambio de mentalidad me refería personalmente en mi post (9/3/18 ) https://www.antoniopulido.es/los-hogares-no-producen-8m/: Por un acuerdo estadístico internacional, que proviene de los inicios de las Contabilidades Nacionales hacia mediados del pasado siglo, se excluye del PIB las actividades “productivas” de los hogares. Se recoge sus gastos en bienes y servicios producidos por el sector público y las empresas, pero se ignora el valor de los bienes y servicios de producción propia. Se valora la producción de servicios sanitarios o de educación privados (a precios de mercado) y públicos (a precios de coste), pero no el tiempo dedicado por las personas a nivel individual, familiar o colectivo.
Lavar la ropa, preparar la comida, cuidados a enfermos o tiempo dedicado a educación no se valora en el PIB excepto que sea producida externamente. De ahí la tantas veces repetida observación de Samuelson de que el PIB se reduce si un hombre se casa con su cocinera. En términos más modernos, si una pareja pasa a producir en casa lo que antes hacia un empleado/a del hogar o una empresa de servicios o un servicio público.
Naturalmente, el problema del efecto sustitución de humanos por robots no se soluciona con una corrección de los criterios estadísticos de cómputo. El desplazamiento no afecta a todos los países, sectores y profesiones por igual. Adaptar formaciones es una tarea compleja que exige décadas. Hay que financiar de alguna forma a los trabajos que suponemos son valiosos pero no conllevan retribución: ¿Renta básica universal? ¿Impuesto a los que empleen robots? ¿Una vida más austera, con más horas libres y rentas progresivamente decrecientes? Hay muchas propuestas, pero la solución es compleja y afecta en forma desigual a países, sectores, empresas, gobiernos y personas.
En unas declaraciones del profesor Harari al New York Times (What´s next for humanity: Automation, new morality and a “Global Useless Class”, 19/3/18) afirma: “Por primera vez en la historia no tenemos idea de cómo será la sociedad humana en un par de décadas. Nadie conoce cuáles serán las bases del mundo a 20 o 30 años. No ya las bases geopolíticas, sino cómo será el mercado de trabajo, qué tipos de competencias necesitarán las personas... Por primera vez en la historia no tenemos ni idea de qué enseñar en las escuelas”.
Hace ya tres años me refería a estos profundos cambios en el post https://www.antoniopulido.es/el-futuro-de-nuestros-puestos-de-trabajo/ (1/2/16):
A finales de año el director de Educación y Habilidades de la OCDE, Andreas Schleicher, publicó una nueva nota en WEF sobre “How can we equip the future workforce for tecnológical change?”. Les propongo reflexionar sobre algunos de sus argumentos, que personalmente comparto:
En el pasado la educación fue acerca de cómo impartir conocimiento. Pero la economía global no va a premiar a los trabajadores por lo que conozcan, sino por lo que sepan hacer con ese conocimiento.
La innovación se produce integrando información de campos muy distintos, lo que exige aptitudes para trabajar en equipo.
Desde la etapa escolar se debe promover un aprendizaje orientado hacia las habilidades, que preparara trabajar en entornos multiculturales más allá de las fronteras nacionales.
Pero todo esto no es sólo un reto de futuro para nuevas generaciones; es una guía para la formación en el trabajo y a lo largo de la vida. El desarrollo de habilidades debe ser ya un componente prioritario de todo esfuerzo de adaptación a un mundo en profundo cambio. Sirvan como ejemplo los perfiles profesionales más demandados por las empresas según el informe internacional Randstad: formación en tecnologías de la información, ingeniería y marketing/ventas, pero con el añadido de capacidad analítica, orientación a resultados y visión estratégica.
Además todo proceso formativo y toda carrera profesional es una decisión compleja, dependiente de múltiples factores y en que confluyen aspectos económicos con otros de gustos, vocaciones y capacidades personales. Lo que el mercado laboral demanda y retribuye es una información a considerar, pero otros muchos valores se debe tener en cuenta.
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