Una autoridad ministerial respecto a lo que sucedió en la cooperativa telefónica cruceña, en la cual algunos empleados robaron millones de dólares en un lapso determinado de años, dijo: “lo del Banco Unión es un piojo tuerto frente al caso del robo millonario en Cotas”. Al respecto, habida cuenta de que en cualquier contexto de la sociedad se da una serie de acontecimientos que impactan a la gente, aquello de “piojo tuerto” viene al pelo para hacer algunas comparaciones de los hechos que se dieron ayer, con los que hoy ocurren.
Como ejemplo se puede comenzar expresando: las “trancaderas” de vehículos en el centro de la sede de gobierno de hace un par de décadas son “un piojo tuerto” ante estos descomunales congestionamientos que soportamos ahora, a lo que se suma la ausencia de agentes de parada, la virtual toma al asalto de aceras y calzadas por parte de comerciantes, obras ediles de magnitud, y lo reducido del espacio capitalino que no tiene a dónde más extenderse, salvo hacia “arriba”.
Como fuere, antes es preciso señalar que la frase “un piojo tuerto” significa “ser poca cosa, o algo que vale menos”. Aunque, sobre lo del Banco Unión, quizás sea una comparación burda, pero ambos hechos no dejan de ser escandalosos, pues, de un modo u otro, han dado qué pensar a la población boliviana. Mas, si de “piojos tuertos” continuamos hablando, digamos que esta frase bien puede ser utilizada ante la serie de hechos que se dan en todo lo relativo al quehacer humano del país, originando el surgimiento de temores, o incertidumbre, en la ciudadanía. En ese sentido, el caso de Melquiades Suxo -fusilado el año 1973, al ser acusado de la violación de una niña de cuatro años- pese a las dudas sobre su culpabilidad, viene a constituirse en “un piojo tuerto” al frente de las violaciones con muerte, en muchos casos cruel, que suceden actualmente casi con una cotidianidad que espanta.
Hay más: hasta hace varios años llegaban becados alguno que otro estudiante de las provincias paceñas a la UMSA. Esto resulta al presente “un piojo tuerto” frente a las decenas de alumnos que hace días fueron recibidos por esta superior casa de estudios en calidad de becarios, estando incluso ataviados con trajes típicos de sus respectivas comunidades, muchas lejanas, para dicha ocasión.
El viejo palacio quemado reconocido desde hace varias décadas como “la casa del pueblo”, según consta así en un libro publicado por un prestigioso periodista colega, hoy es “un piojo tuerto” al lado del tremendo edificio que, dicen jerarcas del gobierno, es “el más alto de La Paz”, en alusión a la moderna construcción que está detrás y cuenta con todas las comodidades y adelantos tecnológicos.
Las ruinas de Tiwanacu, de fama mundial, vendrían a ser “un piojo tuerto” tras el descubrimiento (gracias a la cooperación internacional, y luego del trabajo a la cabeza de la acreditada profesional boliviana, Alcira Sandoval Ruiz, “sin cuyo empeño y capacidad para gestionar de forma inteligente las complejidades de un proyecto de estas características, este resultado jamás se hubiera conseguido”, se dice en el libro publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, el año 2018) a través de imágenes de los satélites, como los sistemas Landsat y Sentinel, y otras Tecnologías de Información Geográfica, de una ciudad de los tiempos inmemoriales ubicada debajo de la misma población de Tiwanaku, en vastas áreas, que consta de pirámides, muelles, embarcaderos, o diques, a una profundidad considerable y cuyas excavaciones podrían extenderse por más de cincuenta años, resultando millonario su costo.
Llegamos hasta aquí respecto a “piojos tuertos”, aguardando ofrecerles otra nota sobre temas que son de veras importantes.
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