Después de vivir 36 años y algunos meses en democracia, hay aprestos, conforme a la Constitución para nuevas elecciones generales que se llevarán a cabo el 27 de octubre y se nota que los ánimos se sienten “caldeados” por la euforia de alguna militancia partidista que se jacta de ser la mejor y que ganará por amplia mayoría, el 70%, porcentaje que hace recordar al mayor optimista que hubo en una elección como fue la del 2014 en que se aseguró lograr el 74% y tan sólo sacó el 3% que, prácticamente, lo obligó a no intentar nuevamente ser candidato. En fin, la política partidista da para todo porque unos se mantienen serenos y confiados en el pueblo; otros, excesivamente optimistas (y hasta pedantes) que hacen cábalas de toda laya; los menos, cautos o tal vez temerosos de haberse “metido en una cueca que no saben cómo la bailarán”.
Sin embargo, pese a las posiciones de cada uno y a la presencia de algunos radicales que llegan a violar el orden que debería reinar, la situación de los diferentes candidatos parece clara y no deja resquicios para la duda puesto que cada uno ha mostrado muy poco de sus programas. Lo interesante es que varios candidatos estarían dispuestos a entablar debates, discusiones públicas sobre sus programas e intenciones; alguno que se siente muy seguro, sólo por soberbia será renuente a reunirse con sus posibles contendientes. Habrá que ver qué traen las semanas próximas y cómo se vislumbra el panorama que podría tener dos posiciones: unos, cordiales y respetuosos; otros, dispuestos a iniciar ofensivas no siempre constructivas que avergonzarían al pueblo.
Muchas veces en el pasado, debates y encuentros mediante medios de comunicación, estuvieron matizados por confrontaciones al calor de resentimientos, complejos y sentimientos negativos contra uno u otro candidato y la creencia de que cada uno es culpable de defectos, faltas y pecados y que sus programas no son serios. La egolatría es un grave error que ataca a algún candidato porque está convencido de su “Yo, sólo yo y nadie más que yo”. Así los hechos, sin renunciamientos ni respeto por los demás, sería muy difícil que haya debates y encuentros amistosos para convencer a los posibles votantes. Encuentros donde no haya respeto y sean constructivos, donde se vea “la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga que se tiene en el propio”, imposible de satisfacer al pueblo que se verá frustrado y decepcionado.
Sería constructivo e importante que los candidatos examinen lo que son, lo que piensan y sienten, lo que su partido o quienes los apoyan están imbuidos de intenciones en que desde el poder no sean tiranos de los opositores o sean excesivamente condescendientes con los partidarios que querrán cobrar réditos aún sin merecerlos porque el poder no debe ser para dispensar favores ni menos para premiar conductas que normalmente son interesadas.
Los candidatos, sean del oficialismo o de la oposición, tienen que tomar conciencia y adquirir seguridad de que el pueblo espera sindéresis y responsabilidad en el comportamiento tanto en este período como en el desarrollo del proceso eleccionario; por todo ello, deben mostrar, conjuntamente sus partidarios, mucha mesura en las palabras, prudencia en los juicios que emitan, honradez en reconocer los propios errores, altura en las críticas tanto al gobierno como a los contendientes, mucha franqueza en la exposición y explicación de los programas, sinceridad en lo que piensan hacer, compromiso honesto de ofrecer y obrar con la verdad sin sofismas ni engaños ni mentiras al pueblo. Saben los candidatos que de estar al frente del gobierno tendrán enemigos implacables en el narcotráfico y en la corrupción disfrazada de contrabando, nomeimportismo en parte de la burocracia, uso y abuso de bienes del Estado, ambiciones y deseos de enriquecimiento, “cobradores” de apoyos que han sido interesados y ajenos a los valores de servicio.
Tienen que entender que de nada servirá la demagogia y el populismo, menos la egolatría; nada aportará la soberbia y la petulancia; tampoco la confrontación verbal que solamente recrimina, acusa y ofende; finalmente, deberán actuar con serenidad y altura, respeto y consideración con todos, sin “recoger basura con intención de tirársela a la cara del contrario”. Es necesario que piensen y sopesen lo que vayan a decir y prometer; no llegar a extremos de prometer imposibles y menos tener comportamiento de “santos” sabiendo cuán pecadores pueden ser en el poder o en el llano.
Es preciso, pues, que cada uno obre con serenidad, prudencia y tino en sus comportamientos; que la honestidad, la honradez, la responsabilidad y la vocación de servicio sean normas de conducta; de otro modo, recibirán, con seguridad, el repudio y rechazo del pueblo por más votos que se haya logrado en las ánforas. Deben tener en cuenta que, si son elegidos por el pueblo, será para servirlo y no servirse de él, porque lo que administre no será suyo sino es patrimonio de todo el país y de las futuras generaciones.
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