Quiénes hemos vivido en un régimen autoritario, al que llaman dictadura ahora, sabemos de sus funestas consecuencias. Venga de donde viniera, sea cual fuere su tendencia ideológica, ha sido siempre un despropósito político, aquél.
Tuvimos que soportar, en ese contexto, conculcación de la libertad de prensa; represión al sindicalismo; allanamiento y persecución; zozobra e incertidumbre; miedo y autocensura.
Había un uniformado perturbado que exigía, inclusive, que “caminemos con el testamento bajo el brazo”. “Paz, orden y trabajo” fue el lema de un régimen que surgió en un mes de agosto. “Contra la pared, contra la pared”, vociferaban las huestes armadas, en un noviembre sangriento.
Hemos percibido, en entrevistas periodísticas, flaquezas y fortalezas, vicios y virtudes, de aquellos “hombres fuertes” que regían tales gobiernos. Estaban entre los más duros, obviamente.
Siempre caminaban rodeados, hasta en las entrevistas, por sus esbirros o matones, quienes les inyectaban valor y seguridad. Entonces hablaban, sobre la coyuntura política, utilizando el libreto que sus asesores habían preparado, anteladamente.
El sistema democrático, en comparación con esa realidad, nos permite difundir libremente nuestras ideas e ideales, y fiscalizar los actos gubernamentales. Asimismo preservar el respeto a la dignidad humana y dar prioridad a la vida, sobre todas las cosas.
Nos permite restañar las heridas provocadas por el autoritarismo. La ciudadanía se moviliza mediante partidos políticos y se pronuncia valiéndose del sufragio universal. Y las urnas electorales traducen su decisión.
Somos arquitectos de nuestro destino en libertad. Por consiguiente: debemos aprovechar la democracia para cumplir con ese cometido. Ahora o nunca.
A pesar de que hoy hablar de democracia es sumamente controvertido. Cada quien lo interpreta a su modo y lo práctica según sus intereses. En tiempos del militarismo todos hablaban un solo lenguaje y no había diferencias acerca de esa práctica política.
Nuestro propósito es fortificar la libertad fundada en principios democráticos. Pero siempre que no sean tergiversados éstos en la región y el mundo. Y que no pretendan someternos al hambre y la miseria a título de democracia ciertas fuerzas externas. Como ocurre en algunos puntos de la geografía sudamericana.
En suma: lo mejor es vivir en democracia, ahora más que nunca.
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