Recuerdos del presente
Un comando de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (UMOPAR) es detenido por un grupo de cocaleros enfurecidos en San Rafael, muy cerca de Villa Tunari.
Los cocaleros, iracundos y quizá drogados, increpan a los policías, los pegan, los hieren, y les reprochan por haber cruzado por el monte (donde están las fosas de maceración de la coca) en lugar de usar la senda autorizada para ellos.
Una avioneta aterriza en la pista clandestina del lugar y trae refuerzos para los cocaleros. La batalla ha sido ganada por los cocaleros y sus aliados recién llegados, que son los que compran la pasta base producida en “boca de cato”.
Nadie socorre a los policías. Los emboscados no atinan a usar sus metralletas. Tienen miedo de usarlas, no están autorizados a hacerlo, o directamente se los han prohibido. Con una ráfaga, incluso al aire, hubieran hecho retroceder a los agresores. Uno de los policías agredidos corre el riesgo de perder un brazo.
Muy cerca de allí, en Villa Tunari, el jefe de los cocaleros, el señor Evo Morales, que también es presidente de Bolivia, asiste a un partido de fútbol de la selección boliviana. En su avión de uso personal ha traído desde Nicaragua a la selección de ese país para el partido de inauguración del estadio construido para los cocaleros.
El ministro de Gobierno, Carlos Romero, llamado a informar sobre el hecho, quizá por los humos del carnaval sólo repite consignas contra los cocaleros de Yungas. Es probable que alguien le haya dado malas informaciones y no supiera que el hecho se produjo en Chapare, la zona de los cocales ilegales y no en Yungas.
Al jefe cocalero no le interesa que en esos mismos momentos la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) haya criticado que su gobierno decidiera “prácticamente duplicar el área de cultivo de hoja de coca” al haber legalizado los cultivos ilegales de Chapare.
Tampoco le interesa que Brasil, Argentina y Chile denuncien la inundación de droga que reciben de Bolivia, y que la molestia de los dos primeros países se haya mostrado incluso en una reducción de los volúmenes de compra de gas natural.
Y hay informes de que la droga boliviana llega hasta Venezuela y Cuba y de allí hacia el norte, como lo dice Leonardo Coutinho.
Habrá que admitir, por lo tanto, que Bolivia ha sido ganada por la industria de la droga. Que sus instituciones, incluso las más altas, han sido tomadas. Admitámoslo. Eso ayudaría.
Admitirlo llevaría a los bolivianos a proponerse acabar con esta situación de la cual las autoridades parecieran no avergonzarse.
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