Cartas
Señor Director:
En los primeros días de mayo de 1970 llegué a Bolivia como miembro del Cuerpo de Paz. Fui designado coordinador de un grupo de cinco personas, quienes iban a trabajar con el Departamento de Desarrollo de las Comunidades del Ministerio de Agricultura. Nuestro trabajo tuvo dos partes: enseñar técnicas de comunicación a los líderes campesinos y ayudar al departamento a promover sus proyectos entre el público.
Durante el vuelo de Miami a La Paz, estaba sentado al lado de una señora paceña. Era muy amigable y mostró tanto orgullo por su país con sus cuentos y relatos. Nunca voy a olvidar sus últimas palabras, cuando bajamos en El Alto: “Usted va a amar Bolivia”. Tuvo razón y ahora, tantos años después, el romance sigue.
Un día de enero, estaba sentado en El Prado cuando un muchacho vino con su caja de lustrar botas. Ofreció su servicio y acepté. Una vez que estaba trabajando empecé una conversación que era 90 por ciento de mi lado. “¿Cómo están sus clases?”, pregunté y respondió con indignación, “Estoy en vacaciones”. Le dije que entendí y me dijo que estaba entrando al tercero.
El pequeño empresario seguía trabajando, mientras estaba pensando en qué clase de pregunta yo pude hacer que merecería una respuesta con más de sí, no, o silencio. Antes de hacer mi pregunta, el niño paró su labor y me miró con su propia pregunta: “¿Qué hace?”. La pregunta fue simple y directa. Mi primera respuesta fue otra pregunta: “¿Cuando no estoy recibiendo una limpieza de zapatos?”. El niño me dio una sonrisa. Pero merecía otra respuesta y contesté: “Soy un maestro jubilado y paso mucho tiempo con mis cuatro nietos. También me gusta leer y escribir”. Aceptó mi respuesta y continuó con su trabajo.
Mientras, yo no estaba contento con mi respuesta. Contesté la pregunta “¿Qué hace?”, en su forma simple y directa. Pero la misma pregunta puede tener una interpretación más profunda. ¿Qué hace? ¿Qué hace en su comunidad? ¿Qué hace para ayudar a los vecinos? ¿Qué hace para ayudar a los niños? ¿Qué hace cuando la injusticia sea grande y la protesta sea pequeña? Yo vivía en La Paz cuando EL DIARIO tuvo que cerrar sus puertas el 7 de octubre de 1970. Fue un día muy triste y espero que nada de esta magnitud pase otra vez.
El niño acabó su trabajo y le pagué con propina. Le aconsejé que debe dar todo su esfuerzo en tercer grado y movió la cabeza en una forma positiva. Quería decirle algo que pudo dar más esperanza para el futuro, pero el tiempo no era suficiente. Mientras, invito a todos los padres, abuelos, tíos y compañeros a juntarse conmigo para preguntarnos a nosotros mismos: “¿Qué hacemos?”. Los niños merecen una respuesta.
Ronald Schlachter
Escritor y Maestro
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
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