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[Armando Mariaca]

La política partidista ¿concuerda con el país?


Han transcurrido más de 36 años de vivir en democracia permanente, el mejor sistema de gobierno y de vida del pueblo, la mejor manera de dialogar y convenir lo que conviene e interesa a todos los componentes del país; el único medio de evitar que los golpes militares o de Estado se produzcan; el mejor sistema que determine la unidad de los bolivianos y el medio para conseguir, coherente y constructivamente, el desarrollo; pero, ¿hasta dónde llega la democracia a los partidos políticos? ¿Cuánto han aprendido de haber vivido con gobiernos ilegales? ¿Hasta dónde estarían dispuestos a renunciamientos en aras del servicio al bien común? ¿Cuántos de sus militantes han comprendido que solamente el país importa mucho antes que los intereses del partido?

Hay muchas preguntas que los partidos políticos no pueden o no quieren responder porque cada uno de ellos está fuera de la realidad que vive el país. No entienden que la política es un arte, es una forma de adquirir vocación de servicio y un medio para tener conciencia de país porque parece que es casi imposible para ellos prescindir de la egolatría, del orgullo y de la soberbia. Innegablemente, no sería justo calificar o “medir con la misma vara” a todos los hombres que conforman los diversos partidos sean de derecha, centro o izquierda. En cada uno de ellos hay valores, hombres dignos, honestos y responsables; pero, ¿cuántos de ellos cuando llegan al poder, pueden sustraerse a las exigencias y condicionamientos de sus seguidores inmediatos y de los que militan en su partido?

Las experiencias pasadas, especialmente en tiempos de vida en democracia, dan pruebas categóricas y terminantes de que para la mayoría de los miembros de una tienda partidista lo que cuenta es el partido como medio, como forma de escalar posiciones, como sistema para adquirir riqueza y lograr poder lícito o ilegal. ¿Y todo porque? Simplemente porque el partido no ha formado a sus directivos y menos a su militancia, no ha inculcado virtudes que se conviertan, con el diario comportamiento, en valores y principios que sean puestos al servicio del país. Los jefes o caudillos no han podido alcanzar la condición de líderes para encausar debidamente a su partido por los senderos de honestidad y responsabilidad; no han tenido el coraje ni la voluntad para que el triunfalismo, la codicia, el nomeimportismo, los deseos de venganza y los sentimientos innobles no deben ser parte del diario vivir. No han inculcado normas y principios para que el transfugio no sea parte de la vida militante; transfugio que, está probado, solamente se produce porque priman las conveniencias y los intereses y si en un partido no se consigue lo ambicionado, se logra alcanzarlo en otro partido y, si está en el gobierno, mucho mejor porque se han dado las condiciones para conseguir lo que en la vida ordenada y legal, en honestidad y corrección, en planos del diario vivir y sin los favoritismos, no es posible conseguir.

Innegablemente, ninguno de los partidos políticos se ha empeñado en impartir educación cívica y ciudadana, estudios -siquiera mínimos- de la Constitución y las leyes, análisis de los derechos humanos y otras disposiciones, nacionales e internacionales, referidas al bien común, al respecto, consideración y amor que se debe tener por toda la humanidad; esas falencias se deben a que la educación recibida en escuelas y colegios no ha sido lo suficientemente apropiada para niños y jóvenes; consecuentemente, la cultura general estuvo al parecer ausente y, como consecuencia de todo, no se adquirió nociones sobre virtudes, principios y valores. En la mayoría de los casos, la militancia se hizo parte de los partidos sin tener mayor noción de lo que se hacía el inscribirse en un partido era, para una mayoría, la oportunidad de tener mejores oportunidades.

Ahí está el papel de los partidos políticos que están obligados a instruir, enseñar y mostrar caminos verdaderos sobre lo que es la política partidista y su misión en servicio del país; pero, el caso se remonta muchas veces a la actuación de senadores y diputados generalmente designados “a dedo” por el jefe de partido y no, como debía ser, por el pueblo mediante su voto y tomando en cuenta capacidad, virtudes, conciencia de país que tengan los candidatos para que se desemvuelvan eficiente y eficaz en sus labores parlamentarias y que, además, representen efectivamente a sus distritos que deberían conocer mediante campañas para ser elegidos; pero, en todo caso, cambiar estos procedimientos deberá ser motivo de reformas constitucionales que en algún momento verán los mismos partidos políticos que son necesarias porque representantes del pueblo deben ser elegidos por el voto y no por voluntad del partido que busca cantidad y no calidad en quienes vayan a representarlo.

Hace muchos años, un jefe de partido, dijo: “la política es un asco”. La calificación lastimó a todos y, por supuesto, el jefe de ese partido mereció la repulsa general. La referencia fue seguramente a que en su propio partido no habían las condiciones precisas para intervenir en elecciones y menos contar con personas idóneas y capaces para asumir labores de gobierno. Y nadie puede aseverar extremos como el mencionado porque los partidos, como parte inseparable de la democracia, de las libertades de los pueblos y del gobierno de las naciones, son importantes y necesarios; pero, son sus jefes con su respectiva militancia los que deben tener conciencia de ello y asumir que están al servicio del país y nunca servirse de él, como muestran muchas experiencias sufridas y que lastiman a todos los bolivianos.

 
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