Sin ser diestro en gramática ni pretender serlo, pongo en tela de juicio el lenguaje inapropiado que a diario escuchamos y leemos, tanto en los medios audiovisuales como en los diarios del país. Me refiero a ciertas palabras de uso indiscriminado y peor empleo. Entre las más frecuentes tenemos: situación, instancia, nivel, aprovechar. Colma y cansa también escuchar expresiones redundantes o tautológicas, que tomamos en cuenta más adelante. Vamos por partes.
El vocablo “situación” es una especie de comodín que se lo usa para todo, un salvavidas para salir del paso, denotando carencias en la expresión. Según el diccionario, situación significa “disposición de una cosa respecto del lugar que ocupa…”. Claramente implica lugar físico y no administrativo, institucional o político, etc. como se lo emplea. El diccionario le da esta otra acepción: “estado y constitución de las personas o cosas”.
Algo similar ocurre con “instancia”, palabra proveniente de instar, que es “repetir la súplica o petición, impugnar, urgir la pronta ejecución de una cosa”. Consiguientemente, instancia es “acción y efecto de instar, memorial, solicitud… impugnar a una respuesta”. Queda claro que específicamente se trata de un término jurídico y señala los grados jurisdiccionales (no de otro tipo) establecidos por ley. Su extrapolación generalizada resulta arbitraria.
“Nivel”, usado a modo de escala, aun cuando expresa sólo la altura de las cosas, una línea o plano horizontal. Lo plano nada tiene que ver con escala o gradación. Es, pues, errado darle este significado. En sustitución se puede decir estrato.
“Aprovechar”, es servir de provecho, uso o empleo a alguna cosa. Así propiamente se aprovecha en el estudio, en la salud, en la economía, en el deporte. Esta es una palabra -como las anteriores- contagiosa y más contagiada del transporte. El público escucha a todo lo largo del viaje ¿puedo aprovechar?, pregunta formulada por bajar o apearse del vehículo. Simplemente debe decirse bajaré en la esquina o en tal o cual calle. De paso, “aprovechar”, da al conductor carta blanca para dejar a los pasajeros en los lugares más inconvenientes y peligrosos en medio del tráfico, liberándolo de su obligación de arrimarse a la aceras como corresponde.
Se aprecia redundancia al decir de algunos reporteros de emisoras y canales de televisión, por ejemplo, “el país de Brasil” o de Argentina, etc., en lugar de mencionar directamente el nombre, Brasil, Argentina, Perú… Otra cosa es que se refiera a la forma política de los Estados y entonces se dirá la República de Colombia, Ecuador, etc., o el Reino de España, de Gran Bretaña… No como algunas autoridades dicen la “República de España”.
Parecido es el vicioso empleo oral o escrito del de que. Cayendo en el llamado dequeísmo. Así, a modo de ejemplo, “el inmueble anegó a causa de que llovió en abundancia”. O “el Papa dijo de que se debe asistir a misa”. Ahorrándole el error a la oración, se debe utilizar simplemente el pronombre que. El mal castellano es fruto de la notoria falta de lectura y de superación de quienes –no de todos- ejercen la comunicación, denotando un lenguaje pobre y escaso. Tampoco se libran muchos de nuestros gobernantes. Los comunicadores olvidan que informar es también educar. En cambio, se difunde galimatías sin aportar algo positivo para el vulgo.
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