C. Augusto Díaz Villanueva
Después de último 21 F no existen excusas para que los partidos políticos no inicien campaña rumbo a las elecciones de octubre. Y es que la victoria del NO del 2016 parece convertirse en aquella batalla ganada que se recuerda a fin de afrontar el trauma de haber perdido la guerra. Resulta, pues, que Evo Morales es candidato una vez más.
Se ha posicionado en el imaginario colectivo que el 21 F tuvo como sujeto histórico a la ciudadanía organizada en las plataformas ciudadanas. Idea cierta a medias, ya que para la mencionada victoria también aportaron otros sujetos políticos tradicionales e igual de importantes. Los partidos políticos Unidad Nacional y el Movimiento Demócrata Social tuvieron la capacidad de realizar control electoral. Por otro lado, las agrupaciones ciudadanas locales también cumplieron un gran papel al movilizar sus estructuras partidarias con el fin de hacer campaña por el NO a la modificación de la Constitución Política del Estado (CPE). También hubo participación del propio Movimiento al Socialismo (MAS) con el ya conocido y hasta ahora impune caso de uso indebido de influencias.
Si se tiene en cuenta que los partidos políticos, tradicionalmente, son el vínculo entre ciudadanía y las decisiones tomadas por el gobierno, se puede visualizar que los de la oposición parecen no tener la capacidad de capitalizar la victoria del 21 F y convertirse en una opción real ¿Por qué? Y he allí la aparición, similar a la del Chapulín colorado, de la “ciudadanía” que con gran astucia aparenta no necesitar de un partido político y busca ser gobierno.
Es cierto, las plataformas ciudadanas en sus diferentes versiones y luchas han promovido la generación de nuevos líderes, pero al mismo tiempo han servido de refugio a un sinfín de viejos políticos. Son éstos últimos los que no han permitido que los partidos políticos asuman la bandera del 21 F, restándoles el protagonismo que necesitan para afrontar las elecciones de este año. Sin embargo, los nuevos líderes fueron cooptados por los partidos o, en su defecto, anulados mediáticamente por no ser manipulables.
Dichas plataformas no tienen un programa de gobierno, y en los últimos años, su única consigna ha sido el rechazar la violación a la CPE. Postura adecuada pero insuficiente, puesto que no se gana los votos necesarios para ser gobierno con una frase, mucho menos se cambia la cultura política de todo un país.
Por otro lado, la denominación “ciudadanos” trata de ser secuestrada por un viejo partido político del que no se sabía hace décadas, y que ahora bajo una nueva sigla y a la cabeza de un antiguo caudillo busca tomar el órgano ejecutivo sin haber, en apariencia, sido parte de la administración del Estado en alguna ocasión. La mayor parte de quienes se autodenominan como ciudadanos o fueron parte de algún partido político o son parte de la misma vieja clase política que tras un disfraz pretende engañar a la población.
Se debe entender que las grandes movilizaciones del 21 F no se dieron gracias a los partidos políticos ni a las plataformas ciudadanas, sino que fueron producto del descontento ante un gobierno que prometió cambio y que a la larga terminó profundizando las viejas prácticas nepotistas. Además, puesto que estos dos sectores no plantearon una agenda política en conjunto desde un inicio, ahora se encuentran en una alianza falsa. Ya que con quienes realizan pactos los partidos políticos resultan ser personas que no representan a ninguna estructura ni organización, y si lo hacen, no son más que pequeñas agrupaciones creadas por ellos mismos con el fin de proclamarse representantes.
Resulta, pues, que después del último 21 F la carrera electoral ha comenzado, y que los únicos que están oficialmente en juego son los partidos políticos: partidos nuevos, partidos viejos, partidos resucitados. Y aunque algunos se encuentren aliados con plataformas ciudadanas, éstas últimas están conformadas bajo una lógica oportunista, que tras el 21 F no piensan más en el respeto a la CPE sino que únicamente tienen los ojos puestos en alguna candidatura.
Por ello la lucha de la ciudadanía por el respeto a la CPE parece ser enterrada, tal como se entierra al pepino después del carnaval; la victoria del 21 F, luego de su festejo y con la plena vigencia de la candidatura de Morales resulta ser un recuerdo, un gasto superfluo de recursos públicos y una burla más del gobierno central ante necesidades mucho más importantes como la salud y los sectores productivos. Una victoria que día tras día se convierte en un dolor de cabeza.
El autor es Coordinador Regional de la Red de Líderes para la Democracia y el Desarrollo.
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