Buscando la verdad
Dependiendo de la orientación de los hacedores de políticas públicas en un país, el tipo de cambio puede pasar a ser un instrumento inductor del desarrollo o un instrumento antiinflacionario. En el primer caso, el tipo de cambio suele flotar libremente en función de los niveles del dólar e inflación en los países con los que se tiene mayor comercio de exportación e importación y, en el segundo, al privilegiarse la estabilidad de precios no se mueve el tipo de cambio, como en Bolivia desde el 2011, lo que ha llevado a la sobrevaloración del Boliviano.
Con un “Boliviano fuerte” y un dólar debilucho, cada vez se hace más fácil importar, mientras que cada vez es más costoso producir y exportar, con lo que se pierde mercado interno y mercados externos, al volvernos un “país caro”, lo que puede inducir a un comercio exterior estructuralmente deficitario. ¿Hasta cuándo podrá durar tal situación? Mientras se pueda continuar sacrificando las Reservas Internacionales Netas del Banco Central de Bolivia, sería la respuesta.
Bolivia está en una verdadera encrucijada porque si el dólar llegara a subir por una drástica caída de las RIN ello despertaría expectativas inflacionarias, afectaría la bolivianización de la economía y crearía un mercado negro de divisas. Como nadie quiere que eso pase, entonces no queda otra que exportar más e importar menos, para lo cual el IBCE ha sugerido la implementación de dos políticas que definitivamente no son nada del otro mundo: una política de promoción selectiva de exportaciones (para captar más divisas, v.gr. exportando alimentos) y una política de sustitución competitiva de importaciones (para no gastar divisas, p.ej., produciendo bioetanol y biodiesel para traer menos gasolina y diésel) y así volver a los superávits que por once años tuvimos entre 2004 y 2014.
Si Bolivia hubiera empezado a producir biocombustibles hace trece años -tan solo un ejemplo de otras cosas más que pudimos hacer- no hubiera sufrido los consecutivos déficits comerciales que superan los 4.000 millones de dólares desde el 2015, al haber sustituido con biocombustibles la importación de gasolina y diésel que solo en 2018 superó la friolera de 1.200 millones de dólares. Es más, de haberse autorizado el pleno uso de la agrobiotecnología hace trece años, como se solicitaba, Bolivia a estas alturas no solo tendría un colosal superávit comercial sino que estaría creciendo por encima del 7% con una estabilidad económica más que garantizada -no solo ahora- sino a futuro.
El autor es Economista y Magíster
en Comercio Internacional.
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