La espada en la palabra
Hace poco tuve un contacto con Álvaro Vargas Llosa, hijo del Nobel de literatura peruano Mario Vargas Llosa, al mismo tiempo en que le enviaba una reseña que hice sobre una de las novelas de su padre, Travesuras de la niña mala, publicada en 2006 por Alfaguara. Ahora quiero dar algunos puntos de vista al azar que me han producido tanto la lectura de aquella obra y la realización de la tal reseña cuanto el contacto que tuve con Álvaro sobre todo esto.
Travesuras de la niña mala es una obra que, si bien no escatima en imágenes y sugestiones eróticas -que no siempre están en armonía con lo más elevado de la literatura-, hace honor, como todas las obras del Nobel peruano, al correcto uso del lenguaje, no solamente desde la perspectiva formal de la pulcritud de la gramática y la sintaxis, sino además desde el uso simbólico de las palabras y expresiones, que luego se convierten en imágenes y alegorías una vez se han mezclado con el contexto en el que suceden las historias. En la producción de la literatura contemporánea, hay novelas eróticas y hasta impúdicas, que tratan de problematizar la vida apelando solamente a la sexualización de la vida, pero las Travesuras de Vargas Llosa no caen en ello, más bien usan el erotismo y el ludibrio solamente como un componente más de las pasiones e impulsos que se hallan metidos en ese océano que se llama naturaleza de las personas. En una palabra, y el atento lector de esa obra se dará cuenta de esto, el deseo de la carne no es el eje conductor de la novela, lo es el amor, un amor que, en ciertos casos, sí puede tender en demasía al deseo de la carne.
Si comparamos una novela de amor decimonónica (como Ana Karénina o Madame Bovary) con las Travesuras de la niña mala, encontraremos un abismo entre ambas. Vargas Llosa quiso escribir una historia de amor, y ciertamente lo hizo, pero lo hizo despojado de los convencionalismos de los grandes autores de los cuales él mismo es ávido lector e incluso estudioso. Si bien la obra, formalmente hablando, sigue una estructura narrativa o de descripción clásica, hablando del fondo, es decir, del amor, rehúye todo esquema antiguo.
¿Podríamos comparar El amor en los tiempos del cólera de Gabo con las Travesuras de Mario? Sí en algunos sentidos, como en el del hilo de una historia amorosa que se desenvuelve en varias décadas. Tanto Florentino Ariza cuanto Ricardito aman por años de años a Fermina Daza y a la niña mala, respectivamente. Pero en otros sentidos, como el de la psicología de sus héroes, las dos obras son distintas: Florentino Ariza ama de una forma tal vez un poco más racional y menos obsesiva que Ricardito. Con todas las sutilidades formales y de fondo que pueden encontrarse en esta obra de Vargas Llosa, hay una de fondo que es sin duda alguna la que le otorga el atributo de novela grandiosa, y que es en realidad la que tiene cualquier gran obra literaria de todo tiempo y todo lugar: la fatalidad, el destino.
En medio del relato amoroso, el autor describe con habilidad contextos políticos y sociales de los países donde se van desenvolviendo los acontecimientos. El Perú de los años cincuenta, con las nostalgias que guardan sus barrios antiguos; el París de los sesenta, con su aire cultural y artístico; Londres y su naciente movimiento hippie; el Japón moderno y de las finanzas; y finalmente el Madrid de la ‘movida’.
En Travesuras de la niña mala, Vargas Llosa no ha querido encender el fuego del deseo, ha querido más bien hacer lo que los grandes artistas quieren hacer en quienes ven sus obras: descubrirles la condición humana. Hay muchos caminos que llevan a este descubrimiento. En esta novela, el peruano ha usado el del erotismo en su más elevada expresión, que es, en realidad, el del amor más profundo y verdadero.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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