Es innegable que hay alarma y preocupación en la comunidad católica del mundo por los casos de “abusadores” de niños y adolescentes que, lamentablemente, abundan en el mundo aprovechando la buena fe y confianza dispensadas por los feligreses a los sacerdotes. Hace pocos días, el Papa Francisco dijo: “La Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido abusos de tipo sexual y que nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso”.
Mostrando seria preocupación, dijo el jefe de la Iglesia Católica: “La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética”. Explicó que las estadísticas que realizan las instituciones y organismos internacionales son paralelas porque numerosos abusos en el ámbito familiar no son denunciados. La referencia es correcta porque, lamentablemente, pocas veces se conoce la variedad y tipo de abusos que se comete en muchos hogares y que no son denunciados y menos sancionados como debería ser. Esto también crea cierta impunidad con casos que no se debería pasar por alto, porque todo abuso a niños y adolescentes y toda violación sexual debería ser denunciada, para que sean impuestas las sanciones debidas y se siente precedentes.
Hace pocas semanas se informó que, luego de que la Iglesia habría admitido, “101 sacerdotes han sido llevados a proceso por delitos sexuales desde el año 2010 en México”. Muchas veces, en varios países hubo denuncias graves contra sacerdotes; pero, así hayan sido puestos en los estrados judiciales, pocas veces se ha conocido el tipo de sanciones que han recibido o, por lo menos, si las causas han sido concluidas luego de los juicios instaurados.
El problema es serio y grave; pero lo sensible es que ante la presencia de algún caso, surgen otros que en su momento fueron ocultos. Así en el caso de un cardenal de la Iglesia y perteneciente al episcopado de Australia, recién ha sido condenado a cárcel de 10 años. Ese hecho ha despertado los deseos de hacer públicos los abusos cometidos en años recientes.
Ante situaciones tan alarmantes, la Iglesia parece que “vive reunida permanentemente” para tratar los casos y ver qué es lo que podría hacer, salvo colocar a los culpables en manos de la justicia para que ésta imponga las sanciones correspondientes. En muchos casos, la Iglesia misma autorizó que sacerdotes y religiosos violadores abandonen el seno de la Iglesia, sin que por ello se les permita hacer abstracción de sus votos; estos casos seguramente son dignos de estudio a fondo y dejar que la conciencia de cada uno decida lo más conveniente por los daños causados.
Será importante para la comunidad católica que la Iglesia adopte las sanciones más severas contra curas y religiosos que cometen delitos sexuales y que atentan contra la población.
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