La espada en la palabra
Los filósofos han dejado de filosofar en torno al ser, el destino del hombre en la tierra y los más profundos conceptos de los elementos de la naturaleza y el universo. Los filósofos de hoy han dejado de hacer obra verdaderamente filosófica en el sentido clásico de esta expresión. La filosofía y sus autores han evolucionado: ahora los filósofos hacen de sociólogos, politólogos, antropólogos y economistas a un mismo tiempo, para hacer análisis más bien de la contemporaneidad que de alguna otra era o cosa pretérita de la vida.
Uno de los mejores representantes de este movimiento de filósofos contemporáneos es el francés de origen judío Bernard-Henri Lévy, quien hace poco ha hecho en la CNN un brillante análisis breve de la situación política, geopolítica, social y comunicacional del mundo actual.
El mundo de hoy es, en algunos aspectos, un mundo de revoluciones y reivindicaciones sociales, a pesar de que muchas de éstas sean solamente la expresión de una sociedad tramoyista que quiere hacer creer que es redentora de mujeres, indígenas, homosexuales y grupos marginados en general. Lo cierto es que estamos viviendo tiempos en que viejas corrientes excluyentes -política y socialmente hablando- están volviendo a renacer de los escombros en los que se creía que estaban. El Medio Oriente y sus conflictos han vuelto al escenario, después de un tiempo en que habían pasado a un segundo plano en la agenda internacional. La furia patriótica, el fanatismo religioso y nacionalista y la discriminación están volviendo a retoñar en esa Europa que se creía civilizada, en ese continente en el que, a la par que se hicieron los descubrimientos científicos más importantes y las obras de arte más hermosas, se originaron los conflictos más sangrientos y bárbaros que ha visto la humanidad.
Por otra parte, la economía está direccionando a la política. Rusia y China van de la mano, junto con Turquía, y los Estados Unidos aún tienen a América Latina como su reserva y territorio de esperanza. Hay algo en lo que no concuerdo con Lévy, y es que no creo que China sea el futuro político ni económico del mundo. Ese papel está reservado para los EEUU por mucho tiempo más.
El mundo de las comunicaciones está incidiendo en la política y el pensamiento, no siempre de la mejor manera. Las redes sociales son plataformas que, como dice Lévy, están relativizando el valor de las voces acreditadas en distintos campos del saber y la opinión pública. Podría decirse que ahora la opinión y la voz de un profesor o catedrático de trayectoria tienen casi el mismo valor que los de un mentecato que apenas ha leído un libro en toda su vida. O si no el mismo valor, al menos sí la misma difusión. Este fenómeno comunicacional, como bien sugiere Lévy, ha llevado a que algunos gobiernos populistas de izquierda y grupos de tinte popular hayan satanizado el concepto de élite intelectual. Lo cierto es que las élites intelectuales son todo menos malditas. Son grupos de personas que buscan verdades e intentan retratar el avance de la ciencia y el arte desde perspectivas objetivas.
En el campo de las relaciones internacionales, Europa está poniendo en vilo su integración. El resurgimiento de las voces ultranacionalistas y fascistas, comenzando por la secesión de Cataluña, ha avivado el espíritu que se creía muerto desde la desaparición del Imperio Austrohúngaro. Ojalá el Brexit no sea el comienzo del desmoronamiento de aquel ensayo de integración que, con sus más y sus menos, ha sido tan asombroso para la historia.
Latinoamérica no lleva las cosas mejor. No tiene nacionalismos rabiosos, pero mientras creó “una sopa de letras de siglas que prometían integración” (A. Oppenheimer), el intercambio comercial es bajísimo. Debiéramos aprender la parte buena de los europeos, que comenzaron con metas muy pequeñas, vinculadas al carbón y el acero, y a las que poco a poco se añadieron otros elementos. En América Latina las cosas fueron al revés. Se apuntó a la cima sin tener equipo de escalada.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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