No obstante el relativo atractivo que encuentran en ciudades y pueblos poblados del país, muchos campesinos e indígenas han demostrado estar decididos a retornar a las áreas rurales porque, en muchos casos, han comprobado que la ilusión de mejores condiciones de vida en sitios poblados no fue posible y que mejor estaban en sus chacos o terrenos que cultivaban. Esta conclusión se logra por el estudio que realizó el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), en que “los campesinos han terminado consolidando 14 hectáreas en promedio por familia; los indígenas y originarios 56 hectáreas por unidad familiar y los empresarios 930 hectáreas en promedio por unidad productiva”, según señala la publicación Tierras y Producción a 13 años del gobierno del MAS.
El informe anota: “Mientras las unidades productivas demuestran desigualdades en el acceso a la tierra, ocultan un tema muy importante relacionado con la calidad de las tierras tituladas. Las medianas y grandes empresas han consolidado sus posesiones en las tierras más aptas para el desarrollo de la agricultura y la ganadería, ubicadas mayormente en las tierras bajas. Por el contrario, las tierras distribuidas a campesinos e indígenas en las tierras bajas o son marginales o no son aptas para la producción agropecuaria, pues tienen más bien vocación forestal. Y las tierras que han consolidado los campesinos e indígenas en las tierras altas sufren generalizados procesos de degradación y están mayoritariamente parceladas como consecuencia del minifundio que impera en ellas” (ED 11-2-19).
El grave problema que se ha presentado desde la aprobación del decreto de Reforma Agraria en agosto de 1983, es que el latifundio existente ha sido convertido en minifundios y éstos, a la vez, han adquirido la condición de ser doblemente minifundios porque los campesinos e indígenas no podían disponer de las tierras para venderlas o hipotecarlas o, peor, inclusive para ser legadas a sus hijos porque cada minifundio resultó muy pequeño y, la costumbre de “pircar” cada sector de tierra que existe tradicionalmente, determinó que sea mínimo el espacio para sembradíos. Esto hizo que haya emigración muy fuerte a las ciudades por la “imposibilidad de sembrar en pequeños trozos de tierra”. Este problema nunca pudo ser solucionado ni por Reforma Agraria ni por ninguna otra disposición gubernamental.
Ahora, campesinos que efectivamente quieren cultivar la tierra, han aceptado emigrar a tierras degradadas, donde, con seguridad, tendrán que esforzarse para que esas tierras resulten efectivamente productivas porque no son iguales a las que están en cabeceras de valle y valles; están en partes altas y sitios que requerirán mucho esfuerzo, pero los campesinos e indígenas están seguros de lograr réditos importantes.
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