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Lejos de la unción cívica que caracterizaba la jornada, transcurrió el primer Día del Mar después del fallo del 1 de octubre pasado, cuando la Corte Internacional de Justicia decidió que Chile no está obligado a negociar con Bolivia ninguna salida al mar. Décadas de trabajo, apoyos de gran parte del mundo, fueron esfuerzos vanos. Muchos esperaron que el presidente Morales, cabeza de la gestión que llevó cinco años asumiese plenamente la responsabilidad por el fracaso y rindiera un informe. Pero esa palabra nunca apareció en las declaraciones presidenciales y el sábado 23 de marzo reiteró que el fallo de la corte contenía una convocatoria para que Chile y Bolivia siguieran dialogando. Para muchos pareció un intento de volver atrás las manillas del reloj, un camino que muchos descartan por impracticable en las circunstancias actuales y con los mismos protagonistas. El tango se baila entre dos y Bolivia no tiene pareja.
En estas circunstancias, ha empezado a circular “Bolivia en La Haya - Lecciones del proceso contra Chile”, (Editorial Plural, 140 páginas) con artículos de 14 internacionalistas que detallan el fracaso. El ramo de analistas aborda gran parte de los puntos que tienen en vilo a la sociedad boliviana, interesada en los pormenores del esfuerzo diplomático más grande del país en toda su historia. Entretanto, todavía repercute la pregunta: ¿Por qué Bolivia se embarcó en una apuesta tan arriesgada que la llevó a dejar todo en la mesa de apuestas? ¿De dónde partió la idea que el presidente Morales acogió con tanto entusiasmo y que llevó a muchos a creer que era, por fin, la estrategia correcta más de 100 años después del tratado de 1904? ¿Quiénes aconsejaron el paso? Es una historia fascinante aún no escrita. Las preguntas llueven y no escampa.
Escuchemos preguntar al internacionalista Fernando Salazar Paredes en un artículo escrito para el libro presentado la semana pasada. Se refiere a la supuesta invocación que defienden el presidente y su gobierno para que Bolivia y Chile continúen negociando. “¿Dónde está la invocación? Una invocación es una acción de llamar a alguien, habitualmente con una connotación de urgencia”, subraya en “El fallo de La Haya, sofismas y mitomanía”, y recuerda que el llamado está en las líneas finales del fallo, en el párrafo 176 (en un punto seguido) cuando declara que “los hallazgos de la Corte no deben ser entendidos como si impidieran a las partes continuar su diálogo e intercambios en un espíritu de buena vecindad para atender los asuntos relativos a la situación del enclaustramiento de Bolivia”.
Los actos oficiales del “Día del Mar” concluyeron con un mensaje presidencial, lejos de hacer eco en Chile como ocurría en ocasiones similares.
Los argumentos del presidente Morales diciendo que hasta Augusto Pinochet había reconocido (en una obra sobre geopolítica, antes de tomar el mando) que Bolivia había nacido con una costa de 400 kilómetros de longitud no tuvieron repercusión conocida.
Al abordar el tema de la supuesta invocación que Salazar lapida, el Presidente causó perplejidad en su audiencia cuando subrayó que la Corte no ha rechazado la demanda boliviana y, más bien, le ha abierto caminos para llegar al Pacífico soberanamente.
¿Era una forma de “posverdad”? Ante un público constituido mayormente por empleados públicos, cerró con la trillada arenga “Patria o Muerte, Venceremos”.
Por una curiosa ironía, en esas horas los presidentes de Brasil Jair Bolsonaro y su anfitrión Sebastián Piñera suscribían una declaración en la que Bolivia quedaba excluida de un corredor entre Brasil y Chile. Ambos presidentes reafirmaban el compromiso con la construcción de un corredor para unir el centro-oeste brasileño con los puertos del norte de Chile. Bolivia quedaría cercada. Al escribir este artículo, la cancillería aún no había comentado el tema.
Un elemento importante del libro es el informe meticuloso que rinde Carlos Mesa, con una reseña de cada una de las intervenciones durante esa jornada. Es el informe que faltaba para el hombre de la calle. Pero eso no justifica la ausencia de una explicación oficial que solo podría ser compensada con actitudes efectivas inmediatas. Ellas pasan por el desarrollo moderno e intensivo de los puertos Busch y Aguirre (del visionario cochabambino Joaquín Aguirre Lavayén). Un paso concreto sería establecer fechas para la entrega en operaciones totales de los puertos, con el compromiso del Estado de desviar hacia ellos cuanto transporte de importación/exportación sea posible y demostrar a la agroindustria y los comerciantes pioneros que en el extremo oriental de Santa Cruz nace un polo de desarrollo de grandes proyecciones. Una acción paralela sería afianzar los puertos hacia el Atlántico que pueden partir desde el Beni.
Gustavo Fernández Saavedra, impulsor de la victoria diplomática de 1979, cuando la asamblea general de la OEA declaró que la cuestión marítima interesaba a todo el hemisferio, dice sin filtros que el resultado de la gestión fue una clara derrota para Bolivia. “Quien llevaba el estandarte era él, pero el fallo no le afecta solo a él” (el presidente Morales), dice el barroco título de su entrega de solo siete páginas, transcripción de una entrevista con un matutino de La Paz. Su dictamen es que la vía jurídica escogida por Bolivia no era la apropiada y que el estandarte queda ahora para las nuevas generaciones.
La frase entra en la bruma, pues nadie, desde el 1 de octubre, se ha atrevido a estimar el tiempo para un nuevo empeño que, en cualquier caso, será con otros representantes bolivianos y con un interlocutor que ahora tiene todas las cartas en la mano.
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