No deja de resultar increíble y paradójico que un asunto que tiene que ver con la salud pública, y por ende debiera interesar a todos, con la finalidad de luchar contra aquello que amenaza el bienestar ciudadano, tenga que virtualmente ser utilizado como arma política, que es como lo identifican varios sectores citadinos, y hasta del interior y exterior del país. ¿Será que en política vale todo?, se pregunta el azorado ciudadano de a pie. En un lugar civilizado y respetuoso de las reglas que deben imperar por el bien común, esto no sucede.
Todo comenzó con la oposición de una autoridad edil -alentada quizá a la vez por la defensa de su medioambiente, pero al parecer también con cierta intención de causar daño al contrario ideológico- al ingreso de basura al botadero que, dicen, había colapsado. No interesó mucho durante varios días a las autoridades de todo nivel e incluso a la población. Hasta que ya comenzaron a amontonarse toneladas de desechos sólidos en todo sitio de la urbe. La gente tenía que aguantar malos olores, y evidentemente ya cundía el temor a serios problemas sanitarios ante ese vergonzoso y brutal hecho: ¡que los paceños se queden con su basura! Luego continuó con otros desenlaces de igual manera arteros y viles, como el impedir que un convenio para que se deposite por algunas semanas en un botadero alteño, se frene, dizque por el rechazo de los vecinos y comunarios.
Otras conversaciones con alcaldías vecinas tampoco prosperaron porque de por medio estaba, quiérase o no, el “ingrediente” ideológico. Hasta que se ubicó terrenos en la misma jurisdicción paceña, pero increíblemente la misma fue frenada por otros vecinos que rechazaron el “no haber sido consultados”. Y así, se deja al alcalde paceño en una especie de vía crucis, con la basura de los paceños a cuestas, aunque bien se sabe que él no es un santo de su devoción para mucha gente, por una serie de hechos que no es menester referir en estas líneas.
Entonces la mezquindad y la angurria política dejan entre la espada y la pared a La Paz y los paceños. Autoridades nacionales, regionales, municipales y otras, según parece, no están pudiendo ponerse de acuerdo porque priman otros intereses bastardos. Es lamentable y censurable lo que le pasa a la sede gubernamental, de la cual todos, de un modo u otro, logran una serie de ventajas y beneficios. Es por ello que se tiene que pedir ¡una tregua para la ciudad maravilla! ¿Qué pensarán afuera sobre esa insensibilidad y actitud incivilizada de quienes manejan el bienestar público a las patadas por intereses que realmente son reprochables?
La Paz no merece semejante suerte, si bien es cierto que, según la historia, sufrió cercos y asedios asfixiantes, y otra serie de embates de toda laya, ya que en pleno Siglo XXI se supone que las normas de convivencia civilizada deben imponerse. En fin, ahí está la muestra de los ardides de una politiquería que no sólo ponen en jaque a una urbe, sino a toda una población. Qué lamentable situación.
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