La espada en la palabra
A raíz de los últimos sucesos ocurridos en torno a los casos de abuso sexual a niños por parte de clérigos y al pedido del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para que el rey de España y el papa Francisco se disculpen por los abusos y atropellos cometidos por la corona española y la iglesia católica en los periodos de la conquista y la colonia, respectivamente, al ocurrir todo eso, decimos, se hace necesario hacer un balance general que nos permita vislumbrar elementos históricos de crítica objetiva, para tener así una idea de la racionalidad que entraña esa solicitud del presidente mexicano y la realidad de lo que está pasando en la iglesia católica en lo concerniente a su cualidad de institución santa. Ambas cosas, aunque parezcan independientes la una de la otra, tienen relación.
Una cosa es doctrina religiosa, otra cosa es religión, otra cosa es fe, y otra institución religiosa, y para tratar de analizar estos asuntos que ahora nos ocupan, es necesario tener clara una noción significativa de lo que son cada una de esas categorías conceptuales. Y para ello no es necesario ser teólogo ni pontífice, sino tener una idea de los hechos históricos ocurridos en torno a la iglesia y la política universal.
Pedir perdón ennoblece y da al hombre integridad espiritual. Pero pedir perdón por algo indebido no solamente es una acción de mísero servilismo, sino un hecho que degrada o quita valor al mismo hecho de pedir perdón.
Todo en la historia es construcción. En realidad, no existe hecho truncado ni frustración de proyectos. Las revoluciones y conquistas, que parecen obstáculos en el devenir, demandan sangre y lágrimas, es cierto, pero es ese el precio que debe pagar el género humano a cambio de una transformación radical. Los antiguos romanos no tienen deuda alguna con el espíritu de los griegos, los españoles del sur no tienen que pedir rendición de cuentas a los árabes, los estadounidenses no deben resentirse por la dominación de los pioneros ingleses ni los polacos deben sentirse mal por ser una nación que es fruto de otras nacionalidades. Ni ningún territorio tendría por qué pedir a los fantasmas de Napoleón, Wallenstein y Wellington, que se disculpasen.
La victoria de los españoles sobre los nativos americanos se debió a una superioridad tecnológica y militar, mas no a una supremacía de organización política ni económica. De la misma forma, el triunfo del cristianismo sobre la sociedad americana tuvo explicación en el uso que sus ejércitos hacían de las armas y la ingeniería militar de occidente.
La aceptación de la historia no tiene que ver solamente con un discurso político, sino con un aspecto cultural e identitario que repercute en la manera y el nivel de progreso de una sociedad. El mirar el pasado con ojos de resentimiento es un aliciente para el espíritu retrógrado que retrasa el progreso de los pueblos del mundo, y esencialmente para el de nuestra América Latina, un lugar donde, dicho sea de paso, la cuestión indígena no ha sido resuelta del todo por ningún gobernante que se diga defensor de lo autóctono.
La cuestión de la iglesia católica, la cuestión de los pecados que se siguen reproduciendo dentro de ella desde que es iglesia, debe ser analizada desde una perspectiva de las corrupciones en las que incurre el ser humano cuando se halla en cualquier corporación o institución donde hay o poder o dinero, o ambos.
Los asuntos de la fe y de la religión, en su más pura y sagrada concepción, son en verdad ajenos al reproche. Lo que sí debe hacer la iglesia, como estructura humana relacionada con la virtud, es implementar un proceso eficaz de eliminación de cualquier indicio de pederastia que se perciba en cualquiera de sus agentes.
Hemos analizado el sinsentido de demandar disculpas por un hecho histórico de hace 500 años y el asunto de los abusos en la iglesia católica en un mismo escrito, con la intención de reflexionar sobre la eficacia de la retórica vacía, por un lado, y de lo práctico y la aceptación civilizada de los hechos, por otro, que es lo que en verdad construye sociedades que saben entenderse y mirar el futuro.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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