La violencia familiar causa alarma en la sociedad, debido a que los casos de tal índole van aumentando y agravando con el paso del tiempo.
La familia desarrolla un proceso de aprendizaje de carácter afectivo, cultural, social, formativo y también de violencia por la personalidad de sus miembros, como víctima o agresor. En ocasiones este fenómeno juega un doble papel, por ejemplo cuando la madre, que es o fue receptora de violencia, la ejerce contra sus hijos.
En los casos de violencia surgen preguntas como: ¿En qué situación están los hijos? ¿Sufrirán las mismas agresiones o serán más graves? ¿Cuáles son las consecuencias de que un menor viva y presencie violencia en el hogar? Por ello es necesario pensar y actuar convencidos de que hay más de una víctima.
La víctima de violencia se ve afectada en su estado psicosocial, emocional, rechaza relaciones afectivas o sexuales, menosprecia su personalidad, capacidad, imagen, muestra baja autoestima, bajo rendimiento laboral, escolar, inseguridad, temor, frustración, constante estado de zozobra, depresión y autodefensa, que la hace agresiva y en algunos casos la lleva a abandonar a su familia e incluso llega al suicido o el homicidio. El ámbito donde se ejerce violencia es el hogar, la calle, el lugar de trabajo y sitios frecuentados por la víctima.
El agresor puede ser el esposo, conviviente o cualquiera que tenga parentesco con la víctima, como hermanos, primos, tíos, cuñados, abuelos, etc., siempre que habiten bajo el mismo techo de la víctima. Es un mito creer que el agresor disfruta del daño que causa y que mostrar su frustración con actos violentos no le produce conflicto. Por el contrario, el victimario presenta baja autoestima, desconfianza, inseguridad y temor permanente, que lo exterioriza con sus conductas, frente a su impotencia por no controlar factores externos e internos.
Los estudiosos del ciclo de la violencia no aceptan que sea un factor determinante. Pero otros estudios demuestran, cuando se habla de agresión a mujeres, niños u otros miembros de la familia, la relación con el llamado ciclo de la violencia, que plantea que el comportamiento violento es transmitido de una generación a otra. Explican que los padres maltratadores fueron hijos maltratados o que el esposo golpeador creció en un hogar donde su madre o hermanas eran golpeadas y lo mismo en las mujeres víctimas de violencia. Este ciclo debe ser quebrado con una atención integral a todas las partes afectadas y participes del ciclo (Monserrat Pérez).
Familiares y amigos están habituados a pensar que es inadmisible que cualquier persona ajena al núcleo familiar intervenga en sus asuntos, ya que lo que sucede en el hogar es privado. Es común que familiares, vecinos y compañeros de trabajo adviertan los abusos a las víctimas, pero deciden no inmiscuirse o cuando intervienen brota un sentimiento de frustración y confusión que los aparta del problema, debido a las respuestas de los implicados.
Otro elemento que influye en la producción de violencia es la educación con ciertos valores y costumbres que señalan cuáles son los roles del hombre y la mujer, las obligaciones del matrimonio, las consecuencias del divorcio, cómo comportarnos y ser niños obedientes, las responsabilidades, obligaciones y jerarquía de los hijos en la familia, lo que hace difícil la convivencia de las mujeres y niños maltratados. Los supuestos valores tradicionales, el rol femenino, el lugar cronológico de los niños y de aquellos que no pertenecen a una familia nuclear, el caso de hijos de padres divorciados o madres solteras, niños con ciertas características físicas, defectos, enfermedades, influyen en la forma como son tratados por los padres, familiares y amigos. Este hecho es una falta de educación, referente al respeto a los derechos e integridad de las personas.
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