No cabe duda de que el avión francés Dassault Falcon 900 es el juguete más caro jamás comprado por un presidente de Bolivia, porque 38,7 millones de U$, no se los ha gastado nadie, ni siquiera adquiriendo flotillas de aviones de guerra, ni blindados, para que no se diga que no incluimos a los gobiernos militares.
Esa joyita devuelta a fábrica por el club inglés Manchester United, seguramente por caro, le ha costado a Bolivia lo que jamás imaginó, porque, salvo algunos viajes oficiales, el resto ha sido para que S.E. se dé gusto yendo de un lugar a otro del orbe, sin pedir permiso a nadie y sin rendir cuentas de sus viajes tampoco. Quedó atrás, archivado, el Sabre Liner de los mandatarios neoliberales, que tenía capacidad para cinco personas, una autonomía de vuelo ridícula, y 34 años de uso.
Está bien que el Sabre Liner no se hubiera dado de baja en el aire por su propia cuenta y calcinara al ídolo de la Revolución Democrática y Cultural. S.E. no era tan tonto como para arriesgarse a volar en un cacharro en momentos en que empezaban a entrar miles de millones a las arcas nacionales. ¿Cómo estrellarse al estilo de Barrientos en un aparato obsoleto? Se compró el juguetito más caro, con el que debe haber dado la vuelta al mundo muchas decenas de veces, disfrutando de lo que le encanta: dejar el sillón a cualquiera y mandarse a mudar.
Ya lo hemos dicho muchas veces desde estas páginas: a S.E. le encanta viajar y cree que esa es la principal misión de un mandatario. ¡Qué fácil! Detesta el Palacio Quemado como detestará la Casa Grande del Pueblo. Él quiere estar lejos de los problemas, de los papeles, de los decretos, de todas las responsabilidades que tienen los verdaderos estadistas. Y eso por una sencilla razón: se aburre.
Si alguien calculara las horas de vuelo que han tenido Siles, Paz Estenssoro, Paz Zamora, Goni, Banzer, Tuto, Mesa y R. Veltzé, podemos estar seguros de que S.E. quintuplica, por lo menos, a todos juntos. Y no nos vengan a contar el cuento de que lo ha hecho por sacrificio, para hacer conocer la nueva Bolivia. En ese caso no era necesario usar el Falcon para ir a los mundiales de fútbol, para irse periódicamente a La Habana o Caracas a visitar a sus amigos, para inventarse viajes al Asia, África y Europa, cada vez que suena un cohete. El avioncito nos va a dejar pobres, mientras en la TV del régimen vemos a S.E. en salones señoriales de tierras lejanas, saludando a personas de todas las razas y confesiones, sin saber ni dónde está.
No existe presidente en toda nuestra Historia que haya pisado más países que S.E. Eso lo debe llenar de genuino gozo. ¡De Chimoré a Dubái! No vamos a comparar lo de hoy con lo que eran los viajes presidenciales de antaño. Por entonces hacer tres o cuatro viajes a Europa en la vida, ya era mucha cosa. Estamos comparando con lo que sucede hoy, en esta Bolivia pobre, sufrida, estafada, pero que es tan ingenua que se alegra de saber que su “presi” se está codeando con los sultanes y príncipes más ricos del planeta.
¿Qué cosas positivas, fuera de ofrecimientos, traerá S.E. de los Emiratos? ¿Y de Turquía luego de afirmar que los bolivianos amamos las series turcas de la tele? ¿El canciller no habrá podido darle alguna idea mejor aprovechando sus pocos minutos con el dictador otomano? ¿Cuáles serán los “éxitos” que tienen todos sus viajes? ¿Por qué el canciller jamás rinde cuentas, ante la Asamblea, de sus logros?
De todos modos, qué bueno que S.E. esté pidiendo inversiones en cuanta nación rica existe. Comprendió al final la idiotez de las nacionalizaciones y la necesidad de atraer capitales. S.E. exhibe como lo más grandioso de su gobierno haber nacionalizado todo lo habido y por haber. Ojalá que los vuelos del juguetito caro sirvan para convencer que en Bolivia nos hemos convertido en capitalistas por necesidad de sobrevivencia.
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