La etapa política de los gobiernos populistas, de alcance continental y que duró unos dos decenios, a partir del derrumbe del socialismo soviético, está llegando a su fin y ha sufrido un nuevo y contundente golpe con el derrumbe del autócrata Abdelaziz Buteflika, que intentó quedarse en el poder de por vida en la República de Argelia.
Ese gobernante se mantuvo en el poder durante veinte años e intentó quedarse en él hasta el fin de sus días, primero por vía electoral y finalmente por la fuerza de sus fuerzas pretorianas, aunque la voluntad popular y el error político determinaron su derrocamiento.
El populista Buteflika soñó construir el socialismo sobre los restos de un comunitarismo primitivo y sin pasar previamente la etapa capitalista del desarrollo de la sociedad humana. Llegó al poder en un momento afortunado, precisamente cuando el precio del petróleo y el gas subían abruptamente; cuando la oposición democrática se dejó sorprender y cometió errores políticos de consideración; cuando se perdió la perspectiva histórica, etc.
Para mantenerse en el poder, ese gobernante empezó a derrochar los caudales que Argelia había acumulado difícilmente; se dedicó a gastar a manos llenas en obras faraónicas, distribuir subvenciones, dar paso libre a la corrupción y, entre otros, aplicar el bonapartismo movilizando al lumpen y, al mismo tiempo, crear el caos como forma de asegurar el goce del poder.
Por otro lado, no dejó de fortalecer la burocracia, las fuerzas armadas militares y policiales, de tal manera de garantizar su presencia en el gobierno mediante la fuerza, la eliminación de la libertad de prensa y otras libertades democráticas, medidas que minaron la vida de la sociedad argelina.
No dejó de imponer discursos falsos para no salir del gobierno, mientras el pueblo argelino padecía aguda crisis económica, cayó la producción en general y solo se oía promesas demagógicas y nuevas amenazas por atornillarse en la silla presidencial.
Sin embargo, no todo era una taza de leche. La oposición creció hasta intentar un golpe revolucionario, que fue derrotado mediante enérgica represión y distribuyendo prebendas a diestra y siniestra que, a fin de cuentas, no tuvieron resultado y más bien agravaron su situación.
Pero ese populismo marchaba contra el reloj de la historia y hace poco el pueblo argelino volvió a levantarse para recuperar la democracia y rectificar el curso de la historia, desviado por la ideología populista. La insurrección obligó al presidente a dimitir, aunque quiso hacerlo a favor de sus seguidores, proyecto que fue rechazado por las masas que, en cambio, demandaron no solo el cambio de gobierno sino también cambio de régimen, convocatoria a una Constituyente, elecciones libres, etc., suceso que está por llegar a su fin
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