La espada en la palabra
Lo que debe entender el ciudadano es que Bolivia tiene solamente dos opciones: o el derrumbe completo de su sistema institucional, o el resurgimiento del espíritu democrático con el que debe vivir como país.
El ciudadano lo va a entender. Pero parece que algunos políticos contestatarios, no. No han civilizado sus cerebros o no han educado su sentido común como lo hace cualquier persona de buen espíritu con el fin de caminar bien en la vida. La papeleta -al menos ésa que según el panorama que hasta hoy se presenta se va a imprimir- será variopinta, y es por esa variada gama de colores que quizá se ponga en riesgo el triunfo de la mejor candidatura y la que tiene más posibilidades de desplazar, democráticamente, a Evo Morales y Álvaro García Linera del poder. ¿Es que acaso ellos, los que cuentan con 10 por ciento o menos de popularidad, no se dan cuenta de que no va a suceder un milagro de aquéllos que suceden pocos en la historia, como para que su aceptación suba 30 o 40 puntos en menos de cinco meses? Entre estas personas de obstinada impertinencia política o de impresionante optimismo y candidez, se encuentran un senador nacional cruceño (que es muy sagaz como senador, hay que reconocerlo) y un político indígena de La Paz (que en sus años fue buen parlamentario, hay que decirlo), para mencionar solamente a los únicos opositores que podrían, como máximo, llegar a pelear unos cuantos escaños en la asamblea.
Los bolivianos no sabemos aprender ni tenemos un olfato político pragmático o visionario. La sangre criolla no nos deja pensar. Pero no, no hablemos por todos, acusemos solamente a ellos, a los que tienen la culpa. Y es que el ciudadano boliviano sí sabrá distinguir entre lo bueno y lo mano. Y es que la sangre criolla, ésa que no deja pensar ni hacer política escrita con mayúsculas, solamente fluye por las venas de unos cuantos que no se saben mirar con claridad el futuro, detenerse y dar un paso a un lado para dejar libre el camino a los que sí pueden llegar al poder y ejecutar el cambio necesario. Y ahora estoy hablando nuevamente de esas dos personas que he insinuado en el párrafo anterior. En ellos el deseo de poder está pesando más que el pragmatismo patriótico. Aludo solo a esas dos personas porque las creo sanas. Aún están a tiempo de detenerse y dejar ganar a quienes pueden hacerlo y salvar el país. De los demás, para qué hablar. Tienen uno o dos por ciento; algunos son satélites del Movimiento Al Socialismo y otros simplemente seres humanos cándidos y soñadores, que creen ciegamente en los milagros del cielo.
El punto es que los políticos de la oposición boliviana no han podido unirse. Y lo más lamentable es que esa desunión se dio no porque no coincidieron en sus ideologías o propuestas de país, sino solamente por cuestiones de angurria y sed de poder. Éste es un momento en que no valen las sutilezas ideológicas. ¿No entienden que lo que se necesita hoy es una lectura de orden práctico? ¿No sabemos que, debido a la catástrofe que puede venir, ahora no valen tanto los modelos teóricos?
La política es, según Ortega y Gasset, el arte de los resultados. Para Paz Estenssoro era el arte de resolver las controversias sociales y de caminar en el sentido de la historia. Yo creo que la política es algo mucho más amplio y grande que lo que envuelven esas dos miradas, y, al mismo tiempo, algo mucho más simple y sencillo de comprender. Para mí la política es, ni más ni menos, el arte de las decisiones. Con esto me voy a lo siguiente. Un buen político, y un gran patriota, a veces debe dejar de lado ciertas aspiraciones en pro de un ideal más elevado, aun si esto supone que el adversario político tenga que tomar el poder, con tal de que éste sea un medio a través del cual aquél haga el bien. De esa forma, sin intervenir directamente, solamente decidiendo abrir espacio a la mejor opción política y cediendo sus votos a quien o quienes puedan ejecutar el resurgimiento nacional, estará haciendo política, y de la más elevada.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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