El gobierno, desde mucho antes de imponer el pago del “doble aguinaldo” que ya se cumple en varias gestiones, tiene pleno conocimiento de la situación álgida de las empresas del país; sabe que la mayoría de ellas confronta situaciones de falencia financiera, que sus ventas de productos o servicios han bajado, que los costos de operación han subido, que tienen la presión continua de los impuestos; que viven amenazadas de huelgas y paros; en fin, es conocedor de que no hay inversiones de capitales financieros, tecnología y valores humanos.
Sin embargo de ello, ha persistido, en la pasada gestión de 2018, con que se pague el doble aguinaldo debido, se dijo, al “crecimiento mayor del 4,5% de la economía”, cuando sabe muy bien que ese porcentaje es nominal y casi sin valor alguno porque la verdad se impone en el día a día, mostrando casi la permanencia de procesos recesivos de nuestra economía, que la explotación y comercialización de gas ha disminuido, que muchos de los campos gasíferos están a punto de periclitar completamente.
En numerosos empresarios surge la pregunta: ¿Qué hemos hecho los empresarios, especialmente de mediana y pequeña empresa, para soportar imposiciones que no se puede cumplir? ¿De dónde podemos sacar más dinero si para anteriores pagos del doble aguinaldo hemos tenido que hipotecar algo de nuestras pertenencias? ¿Cómo y con qué podemos cumplir las imposiciones de esta nueva obligación que parece ser permanente y los aumentos de sueldos y salarios? Muchos, muchísimos -señalan- hemos contraído deudas con los bancos y en la mayor parte no sabemos cómo pagar las amortiguaciones con los respectivos intereses. Nuestras ventas han bajado sustancialmente porque el contrabando es un competidor imposible de parar y que cada día se impone más; y, lo más grave, el desempleo que se aumenta.
Cerrar empresas ha sido para muchos empresarios la gran solución; pero, ¿a qué costo? Sacrificios y esfuerzos de muchos años, endeudamientos cada vez mayores hay que cubrir y no habrá producción para ello. Esto significa que muchos privados que cerraron empresas tendrán que vender lo poco que les queda o, en casos, disminuir totalmente sus pertenencias y trasladar su nueva situación de pobreza a cualquier otro país, donde forzosamente, para poder instalarse y empezar de nuevo, deben aportar dinero, un dinero que no hay, y en pocos casos se podrá aún recurrir a créditos.
La situación se ha tornado trágica para muchos empresarios; sin embargo, hay una especie de “enamoramiento” de algunos empresarios llamados grandes que, pese a confrontar dificultades, tienen los medios para salir de las dificultades. Las instituciones que los cobijan y que deberían estar en su defensa permanente, poco o nada hacen, sea por temor o simplemente por falta de coraje y energías para demostrar la situación de falencia de las empresas imposibilitadas de soportar una situación que se hace más difícil. Sin embargo, los empresarios aún creen que el gobierno, como parte de sus deberes y responsabilidades, tendrá que poner remedios a la grave situación.
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