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Nicolás Maduro ha conseguido equilibrarse al borde del vacío por la renuencia del Grupo de Lima a endosar y menos propiciar una intervención militar, y al desinterés de Estados Unidos en una solución armada cuando empieza a tomar cuerpo la campaña que definirá si Donald Trump continúa con las riendas del país o si las urnas le dicen que las entregue a alguno de la docena de demócratas en la fila de aspirantes a la candidatura presidencial.
La pausa ha traído cierto alivio a la borrasca que ruge sobre la patria de Bolívar y Sucre, pero las angustias diarias que aquejan a la mayoría de las familias venezolanas no dan tregua. Quienes logran tener comunicación con diferentes partes de Venezuela reportan que desde las planicies andinas de Mérida y San Cristóbal hasta las costas de Puerto La Cruz se percibe un aflojamiento momentáneo de la tensión que hace solo unos días abrazaba a todo el país.
No es que esté en curso una supresión de la campaña para la salida de Nicolás Maduro del gobierno, así como de su partido, el Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Los observadores notan que el aparente distensionamiento es como brasas encendidas que están listas para retomar vigor en cuanto cualquier brisa levante llamas y las llamas se vuelvan a expandir. “El olor a pólvora es todavía fuerte y denso”, al decir de un amigo que esta semana retornó de los llanos occidentales.
Las penurias en las que se debate la mayoría de los venezolanos se mantienen. El servicio de energía no está garantizado en ninguna parte (este fin de semana, la mitad de los estados venezolanos confrontaba problemas) y fuera de los centros urbanos de las ciudades más pobladas los apagones continuaban, lo mismo que la escasez de alimentos, agua y medicinas. No es casual que el régimen haya decidido extender por toda la semana el feriado religioso de Semana Santa, que teóricamente acabó el domingo.
La aparente tregua permite al régimen prepararse para nuevas embestidas, pero a la oposición y a la mayoría descontenta con el régimen le facilita retomar impulso para las jornadas que vendrán. Las fuerzas que apoyan al régimen parecen ahora conscientes de que en el largo plazo (cuestión de meses) acabarán avasalladas, pero deben preparar un camino para evitar su aniquilamiento.
El problema es que no les queda demasiado tiempo. Las sanciones impuestas por los países liderados por Estados Unidos empiezan a morder a la economía cada vez con más fuerza. La producción de petróleo llegó a fines del año pasado a poco más de 730.000 barriles diarios, solo un tercio de lo que el país bombeaba hace tres años. En cuestión de pocos meses, el volumen podría caer a apenas medio millón. Eso se traduce en menos dólares para comprar, en un ajuste extraordinario que, de acuerdo con diversas fuentes, empieza a sentirse también con fuerza en los cuarteles.
Los analistas observan una paradoja: la baja vertical de la producción petrolera venezolana ha contribuido a elevar los precios que esta semana estaban instalados en 65 dólares por barril de la mezcla venezolana y presionaban por la marca de 70 dólares por barril. Esto creaba un clima de euforia entre los exportadores, especialmente Irán, Arabia Saudita y todos los productores del Golfo Pérsico.
Para las arcas venezolanas era como ver pasar la torta frente a las narices, pues las represalias sobre los que comercien con el régimen venezolano se hicieron patentes a mediados de mes con el bloqueo a barcos que intentaban transportar petróleo. El mensaje fue claro: Nadie debe osar transgredir las sanciones impuestas por Estados Unidos sin afrontar consecuencias. Eso llega también a Cuba, que recibe de Venezuela la mayor parte de su consumo, pero no se conoce aún los efectos de la medida.
El camino por el que se mueve la dictadura de Maduro luce cada vez más angosto. Ni la presencia rusa y china ni las demostraciones de apoyo militar han logrado persuadir ni a Estados Unidos ni al Grupo de Lima para que disminuyan la presión que sofoca a Maduro.
Este cuadro tiene reflejos sobre los únicos aliados de Maduro en el continente: Bolivia y Nicaragua, además de Cuba. Cuba convive con el aislamiento hace décadas, en tanto que para Nicaragua el efecto es menor por encontrarse en un istmo geográficamente apartado del continente sudamericano. En cambio, para Bolivia es una advertencia de lo que debe evitar: No puede ni debe aislarse, menos aún por razones ideológicas con las que la mayoría de la población discordaría.
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