Amparados en la criminal convicción de que “el dinero público no es de nadie”, millones de personas conformantes del aparato estatal viven robando al pueblo. No se trata de estigmatizar la cleptocracia como un rasgo exclusivo de los regímenes socialistas, porque tan ruin forma de obtener dinero, a costa de seres humanos que mueren de hambre en el mundo, se comparte también con los de enfrente. Los sistemas capitalistas no se sustraen de la lacra que representa la corrupción.
Eso sí, uno de los flagelos que azota a esta parte del mundo especialmente, tiene su génesis en la percepción de que el poder es sempiterno, aunque los hechos parecen desmentir que todo en la vida, y principalmente en la política, es cíclico. Los casos de Argentina, Venezuela, Brasil, Yemen y nuestro propio país, confirman que los vaniloquios de gobernantes que en unos casos han pretendido eternizarse en el poder y, en otros, permanecen en ese afán, no logran acabar con la corrupción en la que, en muchos casos, son los propios primeros magistrados los que están envueltos en esa proterva forma de gobernar.
Acordémonos de los gobiernos militares en Bolivia, sólo por hablar de los últimos. Hugo Banzer y Luis García Meza no solo tiranizaron al pueblo. Uno se hizo del gobierno de la manera más antidemocrática que pueda haber, el otro pretendió quedarse veinte años, sin respetar los principios más elementales de la democracia; pero ambos protagonizaron hechos escandalosos de corrupción.
Ahora bien, ya lo dijimos, la corrupción no es exclusiva de los gobiernos socialistas, porque no se puede pasar por alto gobiernos como el del MIR, que hizo millonarios a muchos de sus partidarios, pero gobernar un Estado bajo esa tendencia ideológica, ha demostrado que quienes abrazan su ideario, entienden que la administración de la cosa pública no puede estar, sino en manos suyas. Pero más aún, el poder omnímodo debe descansar en la misma persona o, siendo generosos, en una sola dinastía (ahí tenemos a Corea del norte o Siria), por lo que socialismo y cleptocracia son las dos caras de una misma moneda.
Y no se vaya a creer que esto de la corrupción tenga que ser, contra viento y marea, emparentada con el socialismo, es simplemente que el socialismo es el ejercicio absoluto del poder, que ejerce control total sobre los ciudadanos, dejando nula cualquier posibilidad de fiscalización social.
El narcotráfico que mata vidas, los contratos lesivos al Estado, la justicia que se vende al mejor postor, la receptación de dineros provenientes de hechos ilícitos, policías vinculados al crimen organizado y un largo inventario de formas innobles de enriquecerse están cimentadas en el totalitarismo, eso es innegable.
Pero sea de la orientación que sea, la corrupción está matando nuestras sociedades y está cobrando factura en vidas humanas, si nos ponemos a pensar únicamente en el ex presidente Alan García, impune mientras mantuvo su poder político.
Las soluciones fáciles no existen cuando se nos plantea problemas tan complejos; entonces es iluso pensar que un cambio de régimen va a terminar con la corrupción de la noche a la mañana, pero hay que empezar a combatirla, y en países como Nicaragua -uno de los más corruptos del mundo-, hay que cambiar el modelo de gobierno y acabar con su irresponsable sensación de invulnerabilidad, que les hace pensar que sus fechorías pasarán desapercibidas por la eternidad, aferrándose a cualquier costo a sus cargos. Hay que ampliar la focalización de este comportamiento, que es pandémico, a las esferas irrelevantes del aparato estatal, desde donde también se desangra la nación y se crucifica la moral.
El autor es jurista y escritor.
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