“El peligro real no está únicamente en los armamentos, sino también en los cerebros que crean las armas, en los que generan las condiciones, locales y mundiales, para que sean usadas”, enfatiza José de Paiva Netto, periodista, escritor, conductor de radio, y Presidente predicador de la Legión de la Buena Voluntad (LBV), con sede en Brasil. No deja de tener razón, pues la realidad nos muestra que es así. En todo lugar del orbe, lo que muchos denominan como “cerebros grises”, son los que siempre están tramando, sobre todo para lograr exorbitantes ganancias de dinero, sin importar que cause daño a los demás, y eso es la industria armamentística; la producción de droga, cocaína entre ellas, y su tráfico sofisticado, y otras “iniciativas” que nos ponen en vilo a los demás.
Bajo el título “Desarmar los corazones”, en su Revista Ecuménica, enfatiza que valorar el Espíritu Eterno del ser humano, destacando su condición perenne, es norma de la Pedagogía Celestial de la Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo que se presenta a la humanidad. Al respecto, Paiva Netto dice: “esta advertencia fraterna forma parte de la pauta de temas que las instituciones de la Buena Voluntad envían a la Organización de las Naciones Unidas desde el año 1964, auxiliando en la toma de decisiones sobre la mejoría de las condiciones de vida en el planeta. Es preciso quitar el sentimiento belicoso del interior de aquel que tiene el dedo en el gatillo”.
Luego sostiene que, “lamentablemente, los pueblos aún no regularon sus lentes para ver que la verdadera armonía comienza en lo más profundo de cada humano, por el conocimiento espiritual, por la generosidad y la justicia. Estos aspectos generan abundancia. La tranquilidad que el Padre-Madre Celestial -visto en toda dirección, con equilibrio, y reconocido como inspirador de la Fraternidad Ecuménica- tiene para ofrecer, nos libera de la frustración registrada en tantos tratados y acuerdos ineficientes, a lo largo de nuestra historia.
La paz armada es a la guerra, como las enfermedades crónicas a las enfermedades agudas, como una fiebre persistente al tifus. Todos esos males aniquilan y matan a las naciones; es sólo cuestión de tiempo. Ahora bien, vivenciar la paz desarmada, a partir de la fraternal instrucción de las naciones, es una medida improrrogable para la supervivencia de los pueblos. Pero, para ello, es necesario, primero, desarmar los corazones, conservando el buen sentido, conforme destaqué a los jóvenes de todas las edades que me oían en Jundial, Sao Paulo, Brasil, porque el peligro real no está únicamente en los armamentos, sino también en los cerebros que crean las armas, en los que generan las condiciones para que sean usadas, y en los que presionan los gatillos y aprietan los botones.
Las armas solas nada hacen, ni surgen por generación espontánea. No obstante, también son peligrosas almacenadas en polvorines, pueden explotar y se oxidan, contaminando el ambiente. Ellas son efecto de la causa ser humano, cuando está apartado de Dios, de la Causa Causarum (Epístola, San Juan) que es Amor. Las personas discuten el problema de la violencia en la televisión, la radio, en la prensa o en internet y se quedan cada vez más perplejas por no descubrir la solución para erradicarla, a pesar de tantas y brillantes tesis. En general, la buscan lejos y por caminos intrincados. Sin embargo, la solución no se encuentra distante, está cerquita, dentro de nosotros: ¡Dios!”.
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