Los colonos, conocidos también como siervos de la gleba, pongos o mitanis, en un sistema social latifundista, no tuvieron derechos, pero sí obligaciones, a cumplirse en un marco consuetudinario. Dependían de las propiedades rurales en el occidente boliviano, hasta 1952, el año que marcó su emancipación, en definitiva.
Degradados en su dignidad humana, frustrados en sus aspiraciones de mejores días y lastimados por las duras condiciones de vida, no tenían otra alternativa que soportar los dislates de los patrones, que presumían de pertenecer a “buenas familias”. Que se vanagloriaban de su rancio abolengo y del apellido que, según ellos, los distinguía, en el seno de una sociedad racista y discriminadora.
Eran tratados, inclusive, como “seres inferiores”, por mentes reaccionarias y en connivencia, desgraciadamente, con algunos religiosos que quebrantaron la palabra del Redentor.
Los “mistis”, personas criollas o de raza blanca, vivían a expensas de los colonos. Aquéllos succionaban a éstos el sudor, el esfuerzo y la sangre, para sustentar sus intereses económicos de hacendados. Sin el trabajo gratuito de ellos todo se hubiera ido a la ruina. Entonces estuvo en su auge la explotación latifundista, en esta parte del continente americano.
El racismo, la discriminación y el sometimiento los redujo a la miseria, al deterioro físico, a la ignorancia y el decrecimiento demográfico. Sus hijos fueron devastados por la viruela y otras enfermedades. Sus mujeres, por falta de auxilio médico fallecían, en el trance del parto.
“El indio es la personalidad en derrota de un ser humano de gran heráldica dramática y gran dignidad telúrica, que parece un animal y es tratado como una bestia de carga, a la cual se tratara a patadas”, escribe Pablo de Rokha (1).
El año 1952 denota la recuperación de la tierra y la libertad para esos conglomerados humanos. De la servidumbre social pasarían a ser ciudadanos con derechos y obligaciones. A partir de entonces serían dueños de su destino. Marcharían al unísono con todas las fuerzas vivas del país, en la búsqueda de un futuro con pan, techo y justicia. Y la inclusión social se iría profundizando con el transcurso del tiempo. Se había devuelto la dignidad a quienes perecían bajo la opresión patronal.
Todo ello es el resultado significativo del proceso revolucionario del 52 que, como bien relata la historia, tuvo sus detractores y defensores, sus amigos y enemigos.
Pero, lamentablemente, de la servidumbre social pasarían a la servidumbre política. De pongos del patrón, a ser pongos de dirigentes políticos. En dictadura y democracia fueron utilizados para fines mezquinos, sectarios y de inquina.
Fueron atados a los intereses de partidos o movimientos sociales. Obligados a enarbolar banderas de acuerdo con la coyuntura política del país. Asimismo a acatar el voto consigna.
En suma: la liberación del colono conlleva la dignificación del campesinado boliviano.
(1) Pablo de Rokha: “Interpretación Dialéctica de América”. Ediciones Libertad, Buenos Aires – Argentina, agosto de 1947. Pág. 245.
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