En estos últimos tiempos, en Latinoamérica muchos países se han visto afectados por la corrupción, flagelo que ha alcanzado a presidentes y políticos importantes. La corrupción no diferencia color político, religión, estrato social, raza ni sexo y quebranta las fibras más profundas de las sociedades.
Según la ONG Internacional de Transparencia, los países más corruptos de Latinoamérica son Venezuela y Nicaragua, y en contraposición están Uruguay y Chile. En los países corruptos no hay transparencia ni respeto a las leyes y, generalmente, sus líderes son de corte populista, socialista y autoritario, que permanentemente vulneran los derechos humanos y las leyes.
Entre los países vecinos que confrontan este mal están: Brasil, con un ex presidente encarcelado; Argentina, con su ex mandataria acusada de corrupción; y, últimamente, Perú, que sufre una crisis por el caso de coimas de la empresa brasileña Odebrecht, y tiene a algunos de sus ex presidentes encarcelados, otro hospitalizado a consecuencia del mismo caso. Y fue trágico el suicidio de un ex presidente.
En Bolivia la situación no es menos, últimamente la corrupción ha alcanzado niveles insospechados, afectando a importantes políticos y autoridades del Estado. En estos días se está viviendo una escandalosa corrupción en la Policía boliviana por vínculos con el narcotráfico; estos hechos manchan la imagen de la institución del orden. En el país este mal está institucionalizado desde hace bastante tiempo; casi todas las entidades públicas enfrentan este flagelo, lo que perjudica, enormemente, la imagen del país y su desarrollo económico.
Ante tan grave problema, una solución o antídoto eficaz es dotar a la población boliviana de una buena educación. El actual sistema educativo no responde a ello, ni mucho menos y debe ser transformado para dar paso a una educación de calidad, orientada a eliminar de raíz esta lacra social que avanza desmesuradamente en el país.
En este Siglo XXI, de tantos cambios sociales y tecnológicos, es necesaria una reforma de nuestra Educación, con contenidos curriculares orientados a corregir el comportamiento de las personas.
La educación es instrumento eficaz para enseñar a “ser” a las personas, y no el “tener”, porque no son lo mismo. El “ser” representa poseer cualidades morales, virtudes, y capacidad para vivir bien y convivir en la sociedad; y el “tener” significa tener bienes materiales que solo sirven, a la gente, para vanagloriarse y pretender valer por ello. Pero no por tener esos bienes se es una buena persona. Además, no basta tener objetos materiales: dinero, autos lujosos o casa grande, etc., pues por azares de la vida se los podrían perder y uno se quedaría en la calle.
En nuestra educación predominan las materias de “instrucción” frente a las que corresponden propiamente a la “educación”; es decir materias que orientan hacia el “hacer”: computación, matemáticas, física o química, que son importantes para una formación “extrínseca”, pero se olvida materias que son fundamentales para la formación integral de las personas, en lo “intrínseco”: valores morales y éticos.
Por esas razones, hoy más que nunca, la educación adquiere extremada importancia, para la formación integral de las personas, para que tengan capacidades de análisis, crítica y elaboración de su propio juicio, como protagonista de su medio social. Por todo ello, la educación del Siglo XXI requiere una profunda “transformación”, dando paso a una formación integral de hombres y mujeres de hoy.
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