Las masas indígenas y su empobrecimiento

Con regularidad los órganos de prensa y otros medios de comunicación hacen conocer noticias acerca del estado de abandono y miseria en que viven cientos de familias indígena-campesinas de la zona interandina de los valles y el altiplano. Las informaciones directas señalan que esas poblaciones se encuentran en un proceso de continuo empobrecimiento, mientras medios del oficialismo dicen que viven una “etapa de prosperidad”,

En cuanto a los trabajadores de la tierra de dichas regiones, la realidad es mucho más concreta y, en realidad, esas personas sufren un intenso e incontenible proceso de empobrecimiento, excepto una minoría vinculada a la jerarquía burocrática oficialista o la relacionada con el cultivo de coca, el contrabando, tráfico de drogas, y otros.

La gran mayoría indígena se encuentra en situación de sostenida pauperización, aunque algunas veces reciba algunos regalos insignificantes, como semillas, bonos, seguros y otras “ayudas” que son, a lo más, parches y remiendos que no resuelven su estado de pobreza y atraso. Por otro lado, se mantienen invariables los grandes problemas que padece el sector agrario nacional y que, por ende, originan ese estado de crisis permanente en el país y ni qué decir en el agro.

Las causas específicas de la pobreza en el medio rural son graves y numerosas. En primer lugar, entre otras, el gobierno actual, en misma la línea de los anteriores gobiernos, ha arrebatado a los trabajadores del arado los derechos económicos democráticos a título de “socialismo comunitario” y otras lindezas. Por esas medidas, como la anulación del derecho de propiedad, así como de la misma propiedad de la tierra y otras muchas, los agricultores indígenas no tienen confianza en ocupar la tierra y para sobrevivir se ven obligados a migrar a las ciudades y el exterior del país.

En ese sentido, numerosos campesinos (ahora llamados indígenas) han abandonado la tierra y han dejado sin cultivar, en la zona interandina, unas 500 mil hectáreas de tierras labrantías, que habían “madurado” durante cientos de años y que ahora están “muriendo” con los agravantes de la erosión, abandono, toda clase de problemas ecológicos, y cuya “restauración” será muy difícil y requerirá muchos años.

Los centros urbanos y aun rurales se han llenado de migrantes y han formados gigantescas urbanizaciones como la de El Alto y otras, que consumen productos importados. Al carecer de seguridad en la posesión del suelo, dejan la tierra y solo quedan niños, mujeres y ancianos en el campo, que producen solo para sobrevivir en la miseria.

No solo eso. Los indígenas han derivado al comercio, al contrabando y labores marginales. Nada producen y esperan recibir subvenciones como lo hacen sectores sociales urbanos, lo que consideran una visible discriminación.

Si bien la propiedad de la tierra, la producción y el comercio de la economía agraria están en la ruina, también lo está el consumo, que ha declinado en calidad y cantidad, incluyendo el referido a las poblaciones urbanas, debido al contrabando e importaciones oficiales, inclusive chuño, tunta, frutas…

Ese sostenido estado de ruina de la agricultura, que apenas contribuye al PIB, es debido a la legislación agraria e inclusive por vía constitucional en vigencia.

La situación de la agricultura occidental, alentada por utópicas ideologías populistas, asegura, en esa forma, para el país una crisis sin fin, como la de Venezuela, cuyo origen está en ignorar el problema agrario. Entre tanto, las masas campesinas e indígenas estarán condenadas a la ruina y mostrarán creciente oposición a las políticas agrarias del gobierno.