Los desvaríos de Pepe Mujica

Si hubo una excepción dentro de ese “eje del mal” que conforman los socialistas del Siglo XXI, con certitud, ese fue el ex presidente de Uruguay, José Mujica. Fundador de Los tupamaros, sembradores del terror en el pedacito de tierra oriental, el octogenario político fue, en el ejercicio de la presidencia de su país, considerado por algunas corrientes de opinión como el mejor presidente del mundo en su época.

Esa percepción la cito muy de pasada y sin mayor énfasis, porque en definitiva puede o no tener sustento estadístico y de acuerdo con los parámetros que para tal ranqueo se haya utilizado; por más cierto que eso es que Mujica, no obstante su pasado marginal a la cabeza de un grupo armado que hizo vibrar los cimientos de su país por su método de lucha que incluía robos y asaltos entre otras acciones delictivas, fue un buen mandatario que más que antiimperialista fue anti materialista, dando ejemplo de humildad respecto a sus prerrogativas que la ley le confería. Abandonó la lucha armada para alinearse en la competencia democrática. Para el entonces Presidente, un jefe de Estado debe vivir como vive la mayoría y no como viven las minorías. Es decir que si uno creyera en el socialismo, habría que ser socialista como lo fue, como lo es en realidad Mujica.

Creo firmemente en que sus recientes declaraciones respecto a los conflictos en Venezuela no se deben a un cambio en su postura frente al desarrollo de los acontecimientos en el país bolivariano y a la barbarie que el sucesor del chavismo está protagonizando, y más bien obedecen a la llegada natural de la senectud, que por eso mismo en ello nada hay de condenable; pero lo cierto es que el paso de los años reduce, en muchos sentidos, lecturas rápidas y sobre todo precisas de la realidad.

Acribillado por las críticas recibidas, reaccionó no obstante para aclarar que aquello de que: “no hay que ponerse delante de una tanqueta”, cuando se le interrogó sobre su posición frente a la brutalidad del gobierno de Maduro de embestir con un vehículo militar por encima de los manifestantes caraqueños, fue descontextualizado y más bien nunca justificaría esa acción, calificándola de “salvajada”.

Que “todos los venezolanos están locos”, siempre aludiendo a la penosa situación que aquellos viven, es incorrecta lectura de Mujica, porque quien sufre de esquizofrenia irreversible es Nicolás Maduro, haciendo oídos sordos ante el reclamo clamoroso de un pueblo por su libertad. Al ex Presidente le traiciona su filiación ideológica, muy a pesar de su coherencia política, sobre la que a veces se impone la inexorabilidad de los años. Sigo creyendo en su excepcional honestidad que nítidamente lo diferencia (porque como en todos los ámbitos de la vida, existen excepciones) del resto de líderes adeptos al marxismo. Con desaciertos, sin duda; su discurso en defensa de la vida, de los derechos humanos, de condena al uso desproporcionado de la fuerza, contrasta con sus posiciones a favor del aborto, del matrimonio gay y alguno que otro despropósito más; y vuelve al equilibrio para leer con sabiduría el equívoco de las izquierdas latinoamericanas y mundiales que se resisten a aprender de la tragedia del socialismo en la historia del mundo, distinguiéndolo nítidamente, de la lucha por atemperar las desigualdades.

Tampoco olvido su concluyente desaprobación a las reelecciones ad-perpetuam de los gobiernos; y eso denota que entre sus desvaríos, Pepe Mujica conserva la cordura de su paso por un gobierno, cuando menos, decoroso.

Aunque la llegada de la vejez es incontenible, creo que en el socialismo, Mujica es como trigo en medio de la cizaña, porque su conducta obedece más a su conciencia, que al ideario que formalmente abraza.

El autor es jurista y escritor.