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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Periodismo en tiempos de adversidad


El periodismo enfrenta dificultades no solamente en Bolivia, no solamente en América Latina, las enfrenta en el mundo entero. En realidad, por su esencia, el buen periodismo y el ejercicio de la interpelación y el cuestionamiento sanos siempre tendrán que encarar realidades incómodas, ya que tendrán enfrente al poder, y éste es invariablemente, en todo espacio y todo tiempo, reacio a la criticidad y el cuestionamiento democráticos. Pero el poder ya no es el único gran enemigo de los periodistas que persiguen la verdad. Los tiempos han cambiado. Aparecieron otros adversarios, como las redes sociales y el mundo cibernético, porque pese a que éstos son plataformas desde las que la información de los medios masivos puede amplificarse aún más, son también, al decir del escritor Humberto Eco y el filósofo Bernard-Henri Lévy, espacios donde el sentido crítico se degenera y la información pierde fiabilidad.

Decir las cosas como son se ha vuelto un acto de coraje y contar la realidad tal y como es corresponde a los valientes, no solamente porque en muchas ocasiones, cuando la información no está al alcance de los investigadores, se tiene que estar expuesto al peligro, sino además porque a veces, cuando se dice las cosas de una realidad determinada sin pelos en la lengua, uno tiene que estar presto a recibir las invectivas que se escribe en las redes sociales y en los espacios de expresión digitales en los que se publica opiniones a cada segundo y de forma indiscriminada. Pero esto tiene que ver con la evolución de la democracia, cuyo valor, al decir de Churchill, es el menos malo de todos los valores políticos. Así que hay que aceptarlo.

Ahora hablemos de los medios de comunicación como corporaciones y ya no de los periodistas como agentes autónomos que ejercen un oficio. Los medios de comunicación tienen que enfrentar hoy la realidad de un mundo digital que está poniendo en vilo la seguridad financiera de la que ayer gozaban. Con esto decimos que, con la facilidad que ahora posee alguien para encontrar una noticia o un reportaje desde un dispositivo digital, la vitalidad del papel impreso, la imagen de la televisión y el sonido de la radio, se está poniendo en juego o por lo menos se está disminuyendo. A este problema, hay que añadir la caída de la publicidad privada, fruto de las contingencias políticas y los descalabros económicos tanto públicos cuanto privados. En Bolivia, por ejemplo, la mayor parte del presupuesto publicitario para medios se ha vuelto de carácter público, lo cual ha dado pie o a que los medios que se sustentan con él hayan tenido que bajar su calidad de información, o a que los medios independientes que no están dispuestos a comprometerse por recibir dinero gubernamental hayan tenido que cerrar.

Así, pues, el reto de hoy es doble, o triple. Hay un fuego cruzado. Pero hay un problema que es quizá más importante, o más aciago, y que no está relacionado con las noticias falsas o con los comentarios sin sentido que son publicados en las redes sociales, ni con las carencias económicas que aquejan y ahogan a los medios de comunicación. Decíamos, al comienzo de este artículo, que el poder no es el único problema al que debe hacer frente el periodismo, pero sí es ciertamente el más importante. Así que hablemos de él. Y es que los cronistas de guerra que caminan en las arenas de Medio Oriente, entre los torpedos y los tanques, con el objetivo de recabar información para redactar una noticia importante, no corren más riesgo que los reporteros de los países cuyas democracias no son estables y que se debaten entre la prisión y la libertad por obtener información para destapar casos de corrupción o por develar una irregularidad en una institución. Esto desemboca en el hecho lamentable de la autocensura, de la intimidación. Y, finalmente, se hace el silencio.

¿Cuál será el corolario de esta situación?

El autor es licenciado en Ciencias Políticas.

 
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