Bolivia cae insensiblemente entre los engranajes de la economía metropolitana contemporánea, más sedienta que nunca de materias primas y negocios para mantener sus índices de desarrollo. Acude a antiguos y nuevos medios de sojuzgamiento colonial y el país vuelve a funcionar de feudo para provecho de oligarquías extranjerizantes.
Se han quebrado las fuerzas del equilibrio. Y desaparece la sentencia “el pueblo en la democracia es, en ciertos conceptos, el monarca; en otros conceptos, es el súbdito”, o bien el país “adoptaba la forma republicana, pero daba al presidente poderes monárquicos”, lo cual condujo a decir que así se llega a “una república, sin republicanos”
Viene a cuento, al respecto, la presencia en el país de una frondosa comisión de empresarios alemanes para hacer negocios ferroviarios y otros mediante reuniones con altos funcionarios del Estado y directores de empresas públicas, en particular para mostrar “el interés en participar en el proyecto del Tren Bioceánico”, según el Viceministro de Transportes.
La política parece copiar esos modelos aceptando ideas foráneas, donde no hay cabida para el ideario nacional, una tendencia a “vivir bien”, pero vivir a la manera extranjera. La política ferroviaria es así una de las muchas manifestaciones de la convivencia entre el liberalismo y el feudalismo en los estados imperialistas emergentes, inspirados en el “socialismo del Siglo XXI”. Ese moderno sistema colonial, en el que algunas potencias acuden a medios feudales de la explotación y dominio sobre las riquezas y el trabajo, como en el caso de las empresas chinas.
Esa política ferroviaria en Bolivia en el pasado y aun en el presente es un vivo ejemplo de la economía colonial que acelera el ritmo con que se vacía las materias primas del país. Sería, al parecer, una muestra el hecho de que las líneas ferroviarias tendidas en el pasado, de las minas a los puertos del Pacífico, solo sirvieron a ese fin.
Por esos caminos de fierro se vació los recursos minerales hacia el mar y solo sirvieron para enriquecer a Europa, sin que los bolivianos pudiesen obtener el menor beneficio sobre ellos. La labor extractiva de los ferrocarriles era contraria a todo beneficio para el país.
De ahí, pues, que la política ferroviaria o bien no existe o bien tiene las mismas características que la de hace más de cien años, sin tener en cuenta las lecciones de la historia ni las experiencias nefastas que colonizaron al país.
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