Hace muchos años, circuló el criterio de que “Sin reformas, Bolivia es un país inviable…lo que ahora estamos manejando es un país, un Estado y un gobierno absolutamente inviable”. La frase, en esos momentos, cayó bien en parte de la colectividad y no así en la que siempre creyó en las posibilidades y futuro, pese a todas las dificultades y adversidades sufridas, y lo que hay que reconocer para todo tiempo de la patria es que Bolivia siempre fue viable, fue capaz y apta para salir de sus problemas y alcanzar metas importantes de desarrollo y progreso; lo que no permitió un desarrollo armónico y sostenido es que los factores y prácticas del poder político, económico, social y de otros campos, no permitieron concretar todo lo que otros países habían conseguido.
Sin embargo, hay que reconocer que hubo inviabilidades en la historia de las últimas décadas, muy especialmente, por hechos políticos, económicos, sociales y de otro tipo debido a que los sistemas o conductas de poder no han funcionado como el país requiere y como la colectividad nacional ha tenido como premisa y esperanza. Nuestro país, Bolivia, como conjunto de razas, costumbres, culturas, potenciales económicos, riquezas culturales y posibilidades de diferente índole, siempre fue viable, es decir, capaz y apto para los cambios, las transformaciones, los procesos que impliquen mejorar las condiciones de vida; fue viable para aceptar y creer las promesas de los gobiernos -constitucionales y de facto- porque estuvo aferrada a la esperanza de que todo lo que se haga sea teniendo conciencia de país y vocación de servicio, que se vea el bien común antes que los intereses y conveniencias personales, del “partido” o de ambiciones creadas.
Se debe tener la convicción de que la institucionalidad sea practicada debida, consciente y responsablemente conforme a los dictados constitucionales. Por ejemplo, las Fuerzas Armadas deberían responder siempre a la misión que tienen y obrar conforme a lo que deben ser y respetar; que cumplan con el deber de resguardar las fronteras y preservar el orden constitucional, que su misión se concrete a servir al país; que sus esfuerzos sean dirigidos al desarrollo nacional para alcanzar tiempos en que se logre integración de todo el territorio, abocarse a combatir al narcotráfico y, conjuntamente otras instituciones, ser salvaguardas de la Constitución y las leyes; sin embargo, hasta ahora las decepciones han menudeado y se ha causado frustración y rechazo por parte de la colectividad. Por su parte, la Policía debe ser institución honesta y responsable, honrada y cumplidora de las leyes solamente al servicio del país y no convertirse en solo apoyo incondicional de los gobiernos de turno y, en casos, por la conducta de algunos de sus miembros ser parte sustantiva del negocio letal del narcotráfico y otros hechos como violaciones, asesinatos y delitos que han determinado desprestigio de la entidad y decepción y desconfianza de la colectividad.
Se ha creído que la institucionalidad debe ser norma e instrumento del gobierno y que hayan desaparecido las designaciones “a dedo” en servicio del régimen y no del país. Se tenía la creencia de que el Poder Legislativo cumpliría con la misión que le fijan la Constitución y las leyes, que sería un poder en que todos los senadores y diputados serían responsables para mostrarse capaces y dignos en el cumplimiento de sus deberes para ejercer control al Poder Ejecutivo, designar a los funcionarios de la administración pública y administrar, estudiar y aprobar leyes y disposiciones; pero, la realidad ha mostrado cuán equivocados estuvieron quienes creían que el Poder Legislativo, conjuntamente el Poder Judicial, no respondan a las exigencias y esperanzas. Así, Ejecutivo, Legislativo y Judicial son poderes que han demostrado ser inviables, incapaces para cumplir siquiera mínimamente deberes y responsabilidades imbuidos de virtudes que en el día a día se conviertan en valores y principios.
De esta manera, casi todos los gobiernos -con raras excepciones personales- no fueron viables porque sólo buscaron la satisfacción de sus ambiciones, conveniencias e intereses que contribuyen a que se enriquezcan, se sirvan de los bienes que posee la nación y que en muchas ocasiones la mentira y el engaño sean los sistemas más prácticos y efectivos para convencer al pueblo sobre programas y realizaciones que no siempre se cumplieron porque no hubo capacidad ni conciencia ni voluntad.
La política partidista, con pocas excepciones, también es inviable y hasta desconfiable porque, hasta llegar al poder lo prometieron todo y una vez llegado a él, lo utilizaron para enriquecer a sus partidarios, familiares y aliados de grupo, disponiendo discrecionalmente de los bienes y riquezas del país. Ellos, los políticos, muchas veces desde el llano decían luchar por las libertades, la democracia y la justicia; pero, instalados en los poderes de la nación, lo menos que hicieron fue cumplir con juramentos, promesas y mucho menos con las exigencias que hacían al gobierno que los precedió. Hoy, en tiempos preelectorales se ve la inviabilidad de la política partidista que, contagiada por la conducta del oficialismo cuyas cabezas buscan la reelección ilegal para continuar políticas negativas, parecen hacerle el juego para que continúen las condiciones de ineficiencia e irresponsabilidad.
Así, pues, el país, como Patria y nación, como Estado y pueblo es viable, es capaz de superar sus males y frustraciones; es consciente de que todos, mancomunadamente podremos salir de la profunda sima de pobreza, atraso y subdesarrollo y llegar, más pronto que tarde, al desarrollo y progreso armónico y sostenido del país y para todo ello, se pide la viabilidad general para que esperanzados logremos hacer de la patria lo que todos hemos anhelado desde siempre.
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