La visita del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, generó enseguida una ola de protestas, críticas durísimas, y especulaciones de todo tipo. Ciertamente, las desafortunadas declaraciones del ex canciller uruguayo fueron lamentables y dignas de todo reproche. Y es que no se puede concebir cómo el máximo representante de la OEA haya expresado una favorable inclinación por la nueva postulación de Evo Morales Ayma, mientras existen en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, sendas demandas en contra de la candidatura a todas luces ilegal del mandatario boliviano.
Ante estas circunstancias por demás difíciles de digerir, convendría que los opositores del régimen apuntalen sus acciones a favor de la democracia en al menos un vértice: confiar en la probidad de los miembros de la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos; órganos que por definición son absolutamente independientes de la posición política expresada por el Secretario General de la OEA. A la par, los medios de comunicación harían bien en informar los detalles de esas demandas y hacer un seguimiento periódico sobre su estado actual.
La población boliviana que solamente reclama el derecho de elegir en justas eleccionarias libres y auténticas, expresa hoy una vez más su enfado ante insinuaciones que vienen a nutrir una ola de prácticas oprobiosas y contrarias a la democracia, que no es preciso aquí citar por su conocimiento ya generalizado. Lo que llama poderosamente la atención es el nivel de este reclamo popular frente a la ignorancia de los resultados del 21F; hecho que no se había visto los últimos meses, y que es expresión –quizás- de la más turbulenta situación social que vive el país en la última década.
El compromiso firme de los bolivianos en torno a la democracia debe verse ya no como un simple enfado. No obstante la población ha sido desde siempre guardián de la democracia en tiempos difíciles, ahora el valor por los principios que hacen al Estado de Derecho se encuentra plenamente socializado, y ello demuestra que se ha madurado y mucho, lo que permite avizorar en el tiempo futuro un cambio social que propenda al establecimiento de una mayor institucionalización de los órganos de gobierno, un mayor control social y, finalmente, una mejor y más saludable democracia. No se trata, obviamente, de ser exitista. Pero la desazón generalizada es una señal clara de vientos de cambio para mejorar un sistema de gobierno que permea solapada o abiertamente inequidades y evade continuamente los conductos regulares y democráticos.
En suma, indignados están muchos. Lo importante ahora es ver decidida y confiadamente el futuro inmediato, y tener presente que en épocas de oscuridad siempre hay una luz que ilumina y es esperanza de un mejor mañana.
El autor es abogado.
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