II
Jorge Aniceto Molinari
La socialdemocracia quebró históricamente su perspectiva de un capitalismo democrático cuando votó con los opresores imperialistas los créditos de guerra (1914). Frente a ello un ala de la misma reivindicó en Alemania sus orígenes y combatió esa política: Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht, en el combate por esas ideas, fueron asesinados.
Lenin, mientras tanto elaborando política permanentemente, construía un Partido socialdemócrata profundamente aferrado a las enseñanzas de Marx y Engels, y conducía al pueblo ruso a la más grande revolución de la historia, que incorporaba derechos jamás conocidos en los pueblos del mundo (ver el brillante resumen de esto en el editorial de Batlle y Ordoñez en “El Día” a la muerte de Lenin). Asumía de sus maestros la denominación universal de comunistas, ya reivindicada en el manifiesto de 1848. Es cierto que su triunfo fue cimentado por la tremenda crisis provocada por la Primera Guerra Mundial y la falta de perspectivas propias del capitalismo ruso para poder afrontar la necesidad del funcionamiento del aparato productivo, pero sin ese partido hubiera sido imposible lograrlo.
El capitalismo estaba lejos aún de llegar a sus límites, Lenin en 1916 analizaba en “El Imperialismo fase superior del capitalismo” que se avecinaba una etapa en la que el gobierno de la economía iba a pasar de los Estados a los complejos empresariales multinacionales, que es lo que hoy está ocurriendo.
Luego de la Primera Guerra Mundial el capitalismo se repuso, Lenin fue derrotado por una corriente que instauró el capitalismo de Estado con la falsa etiqueta de “comunista”, que no renegó de las conquistas obtenidas por los bolcheviques, pero que pasó a desarrollar un capitalismo de Estado en pretendida competencia con lo que existía en las naciones desarrolladas, con el beneplácito ideológico de éstas, que habían temido la proyección socialdemócrata universal del pensamiento de Lenin.
En un siniestro símil con lo ocurrido con la Revolución Francesa, los bolcheviques fueron aniquilados.
La socialdemocracia así entró en la crisis en la que aún hoy está sumida, sin ninguna perspectiva histórica como tal y sin poder definirse ante las disyuntivas que la crisis del régimen globalmente les plantea.
Se nos habla de que luchan por un “socialismo democrático” que nadie sabe definir bien qué es y a lo sumo balbucean que es para diferenciarlo del socialismo totalitario instaurado por el stalinismo.
El terreno donde mejor se puede analizar esta realidad es en el programático. Los auténticos stalinistas (que aún los hay) siguen reivindicando la estatización de la economía, aun cuando no en pocas veces sea necesario reivindicarla para defender coyunturalmente el aparato productivo, pero ellos la piensan como programa como objetivo finalista para eliminar la propiedad privada.
Los socialdemócratas reformistas, herederos de los votantes de los créditos de guerra en el inicio de la Primera Guerra Mundial, se quedaron en el capitalismo, no lo sueñan como estación final, pero ambicionan mejorarlo y eso va a contra pelo de los paraísos fiscales, de las deudas en crecimiento y de las emisiones monetarias en crecimiento, se aferran a solo definir la democracia, que cada vez se hace más incómoda dentro de los marcos del capitalismo actual.
Mientras tanto la vida sigue, la crisis de la predominancia del modo de producción capitalista ya es irreversible y el mundo necesita que lo mejor de la humanidad se una en el tránsito hacia un sistema superior con un programa que permita hacerlo en paz.
La socialdemocracia debe aportar su experiencia abriéndose al debate.
sipagola@adinet.com.uy
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