Todos los países que intentaron realizar revoluciones socialistas y aun revoluciones nacionales y democráticas durante el pasado y lo avanzado del presente siglo, terminaron en fracasos absolutos. Primero fue la Revolución rusa de 1917 que se derrumbó aparatosamente, cuando cumplía 50 años de vida, por falta de alimentos para consumo de la población. Lo mismo ocurrió con otras revoluciones, como la cubana, la china y otras. La causa principal de esos fracasos fue la crisis económica originada en que no se solucionó el problema agrario.
A su turno, igual suerte corrieron las revoluciones boliviana, mexicana, chilena y otras muchas que adoptaron diversas medidas estatistas, cooperativistas, socialistas, etc., para las industrias, etc., pero no supieron resolver la cuestión agraria que, en realidad, constituye la base principal, la “madre del cordero”, de los procesos políticos de cambio contemporáneos y sin cuya solución todo proyecto revolucionario está destinado a desastre.
Al presente, en el caso de Venezuela, si bien nacionalizó el petróleo y anunció medidas de tipo socialista, no resolvió la cuestión agraria y, más bien, la agravó con disposiciones infantiles, que la llevaron a la dramática realidad actual, en la que el pueblo no tiene qué comer, está al borde de la hambruna y el fracaso total del “movimiento revolucionario”.
Pero algo notable es que ahora la llamada revolución cubana también ha entrado en crisis alimentaria, pues carece de los víveres imprescindibles, debido a que carece de divisas para la importación de productos que llenen la olla y se ve obligada a reducir las cuotas de alimentos que provee a la población.
Como la “revolución socialista” cubana no resolvió la cuestión de la tierra, dejó de producir la mayor parte de sus alimentos básicos e importar los que hacía falta. El gobierno cubano dispuso que cada persona adulta recibe ¡al mes! a través de la “cartilla de racionamiento”, que rige desde 1962, consistente en 7 libras de arroz, 4 de azúcar, medio litro de aceite de soya, un paquete de café mezclado, un paquete de pasta, 15 huevos, 10 onzas de granos y una libra de pollo. También los niños reciben una libra de picadillo, 11 onzas de pollo y, además, un litro de leche al día, hasta que cumplen los siete años. Para completar esa dieta, la mayoría de los cubanos acude a tiendas del Estado.
Pero esa dieta sufrirá variaciones para regular y controlar la venta de alimentos y evitar el acaparamiento que se ha presentado desde hace meses en el comercio minorista. En ese sentido, se regulará la distribución de carne de pollo, huevo, salchicha y artículos de higiene, que no volverán a ser productos normados.
La aplicación de esas medidas está en práctica con motivo de la escasez de productos, debido a que la producción agrícola es deficiente y el gobierno se ve obligado a hacer importaciones. Pero por el recrudecimiento del embargo que EEUU aplica contra Cuba, que le origina, por un lado, escasez de divisas para hacer importaciones y, por tanto, reducir las importaciones de alimentos, se ha visto en la necesidad de hacer recortes para regular y controlar la venta y distribución de productos alimenticios y así evitar el acaparamiento y la escasez que ya existe desde hace meses en el mercado minorista.
Esa crisis alimentaria es similar a la “revolución venezolana” que no resolvió el problema agrario, y carece de divisas para importar alimentos, problema que la conduce inevitablemente al desastre.
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