Clepsidra
El sino de la perversidad nos acompaña al establecer que, hace 544 años, fuimos los anfitriones del primer conquistador europeo que llegó a nuestra tierra, con el afán de saquearla y depredarla, haciendo honor a su estirpe delictiva, marcada desde la cuna. Ese bribón se llamó Diego de Almagro, sin embargo, ese “de”, de su apellido, que solía revelar el origen noble de una persona, no desvelaba el suyo, sino el nombre de la ciudad española donde nació, denominada por entonces Almagro.
Siendo hijo ilegítimo de un tal Juan Montenegro que, para una España del Siglo XVI significaba un estigma muy difícil de borrar, determinando tácitamente la muerte civil del desamparado infante, este baldón acosó su vida, tornándolo en un ser rebelde y falto de todo escrúpulo. Como reza el refrán: “Dios los crea y el diablo los une”, en 1532, junto a su secuaz Francisco Pizarro, inicia la conquista del territorio incaico y, en un acto de suprema criminalidad, que no se les habría ocurrido ni a las peores mafias, proceden a ejecutar al soberano Atahualpa, tras cobrar el rescate por su secuestro, invadiendo el Cusco un año después.
Hoy, a cinco siglos y medio de ese luctuoso acontecimiento y cual si se tratara de una aparición espectral, los bolivianos asistimos azorados a su renacimiento, encarnado en un alto funcionario internacional, que ya no llega a nuestros pagos en son de conquista solamente, sino como socio de aquellos indígenas, cuyo genocida tatarabuelo compró con espejitos, y estuvo a punto de exterminar.
Curiosamente, esta vez el espantajo retorna coludido con la progenie familiar de su huidizo padre, encarnado en don Pedro Montenegro, empero, ya no en busca de las minas de plata, sino del voto que le asegure la reelección en su pega internacional; también la de sus socios, en sus cuotas de poder y, de paso, la conquista de las ubérrimas florestas del Chapare, donde se elabora un milagroso agroquímico capaz de competir mil veces con cualquier mercancía de comercio universal y mantener imperios como el ruso y todas sus colonias juntas.
Ante lo inicuo del comportamiento de este espíritu maligno, salvo un estado mental de probada bipolaridad, uno se pregunta: ¿Qué puede llevar a un individuo a actuar de esta manera? No se puede entender, como dice nuestro líder espiritual, cómo luego de afirmar hace un año que se debía respetar el referéndum del de 21 de febrero, venga a Bolivia a manifestar lo contrario, declarando que: “sería discriminatorio oponerse a una reelección presidencial” la misma que fue rechazada en dicha consulta popular.
¿Acaso la firma de acuerdos para la venta de urea, una labor totalmente extraña a las específicas funciones de la OEA, es más importante que definir el rumbo seguro de la democracia en nuestro país? De no tratarse de un problema, sólo conductual, tenemos la libertad de inferir que, por naturaleza, el que hereda no hurta.
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