El oficialismo está más de 13 años en el gobierno, en períodos consecutivos y con mayoría de parlamentarios tiene bajo control total a la Asamblea Constituyente, así como a los poderes Ejecutivo y Judicial, además de gobernaciones, salvándose algunas alcaldías municipales.
En el Legislativo la mayoría de diputados y senadores conformaron a su gusto las comisiones parlamentarias, siendo la oposición un grupo minoritario. De esta manera son tratados los grandes problemas del país, con la aprobación de la mayoría parlamentaria oficialista.
El actual Gobierno quiere volver a tener esa mayoría parlamentaria, lo que causa mucha preocupación. La ciudadanía, cansada por tal situación, exige unidad a los opositores, así como el repliegue de los partidos políticos tradicionales que tuvieron su momento para gobernar, necesitamos sangre nueva, juventud para afrontar el destino del país.
El oficialismo desea permanecer de manera indefinida en el gobierno, lo que significaría la destrucción de Bolivia, de la democracia y echaría por los suelos el sueño de los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.
Sin alternancia en el poder habría una dictadura inmisericorde, como en Venezuela con Nicolás Maduro, que es el continuador de la política de Hugo Chávez. El prorroguismo lo practicaron Fidel Castro en Cuba y Daniel Ortega en Nicaragua. Entonces lo que viene es un grave problema, si no hay reacción a tiempo.
La oposición en Bolivia está actuando según sus intereses políticos o regionales, cuando el país requiere con urgencia programas de acción nacional. Un nuevo gobierno debería obrar a favor de la mayoría de la población. Desde hace muchos años rige una política centralista, que en cierto modo es desventajosa para los departamentos o regiones, es hora de ir hacia una descentralización a fin de lograr progreso. La descentralización implica autonomía, es decir que cada región o departamento tiene que desarrollarse mediante sus recursos propios, sin que el gobierno central le provea de recursos económicos para su sobrevivencia.
La política económica centralista, aplicada durante más de 13 años, está en contra de lo que las regiones quieren: autonomía. El centralismo es resistido, especialmente por los pueblos orientales, como Santa Cruz. Los candidatos de los diferentes frentes políticos tienen que tomar en cuenta el deseo de las regiones.
Por otra parte, Bolivia está endeudándose con préstamos y son cuestionables los gastos para cada presentación oficial y entrega de obras. Otro problema es la corrupción, que pone en riesgo a instituciones del país. Las elecciones que se avecinan estarán protagonizadas por los ciudadanos, que desean cambios que favorezcan a los principios de la democracia y el espíritu católico del pueblo boliviano.
Basta de enfrentamientos entre bolivianos, el voto sincero y consciente definirá el bienestar de los partidos de oposición, que deberían unificar sus criterios para presentar un solo frente, que tenga posibilidades de triunfo ante un socialismo trasnochado que solo traerá desunión para los bolivianos y problemas como en Venezuela, por la dictadura de Maduro.
Además en el ámbito internacional se anuncia que Chile no reanudará relaciones con Bolivia, por las diferencias políticas entre los dos países, lo que perjudicará las conversaciones sobre la reintegración marítima.
El autor es Profesor Emérito de la UMSA.
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