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[Leonardo Boff]

Amor en tiempos de ira y de odio


Vivimos en el Brasil bolsonariano y en todo el mundo tiempos de ira y de odio, fruto del fundamentalismo y de la intolerancia, como se vio en Sri Lanka, donde cientos de cristianos fueron asesinados en el momento en que celebraban la victoria del amor sobre la muerte en la fiesta de resurrección.

Este escenario macabro nos lleva a renovar la esperanza de que, a pesar de todo, el amor es más fuerte que la muerte.

La palabra amor se ha banalizado. Es amor de aquí y amor de allí, amor en todos los anuncios que se dirigen más a los bolsillos que a los corazones. Tenemos que rescatar la sacralidad del amor. No disponemos de un nombre mejor o mayor para imaginar la Última Realidad, Dios, sino diciendo que ella es amor.

Tenemos que innovar nuestro discurso sobre el amor para que su naturaleza y amplitud resplandezca y nos caliente. Para eso es importante incorporar las contribuciones que nos vienen de las distintas ciencias de la Tierra (Fritjof Capra), especialmente de la biología (Humberto Maturana) y de los estudios sobre el proceso cosmogénico (Brian Swimme). Cada vez está más claro que el amor es un dato objetivo de la realidad global, un evento feliz de la propia naturaleza de la cual somos parte.

Dos movimientos, entre otros, presiden el proceso cosmogénico y biogénico: la necesidad y la espontaneidad. La necesidad está en función de la supervivencia de cada ser; por eso uno ayuda al otro, en una red de relaciones incluyentes. La sinergia y la cooperación de todos con todos constituyen las fuerzas más fundamentales del universo, especialmente, entre los seres orgánicos. Es la dinámica objetiva del propio cosmos.

Junto con esa fuerza de la necesidad aparece también la espontaneidad. Los seres se relacionan e interactúan por pura gratuidad y alegría de convivir. Tal relación no responde a una necesidad. Ella se instaura para crear lazos nuevos en razón de cierta afinidad que surge espontáneamente y que produce deleite. Es el universo de lo sorprendente, de la fascinación, de algo imponderable. Es el adviento del amor.

Ese amor se da desde los primerísimos elementos basales, los quarks, que se relacionaron más allá de la necesidad, espontáneamente, atraídos unos por los otros. Surge un mundo gratuito, no necesario pero posible, espontáneo y real.

De esta forma, irrumpe la fuerza del amor que atraviesa todos los estadios de la evolución y enlaza a todos los seres dándoles afecto profundo y belleza. No hay una razón que los lleve a combinarse en lazos de espontaneidad y de libertad. Lo hacen por puro placer y por la alegría de estar juntos.

Se trata del amor cósmico que realiza lo que la mística siempre intuyó: la vigencia de la pura gratuidad. El místico Angelus Silesius dice: “La rosa no tiene un porqué. Florece por florecer. No se preocupa de si la admiran o no. Ella florece por florecer”.

¿No decimos que el sentido profundo de la vida es simplemente vivir? Así el amor florece en nosotros como fruto de una relación libre entre seres libres y con todos los demás seres.

Pero como humanos y autoconscientes podemos hacer del amor, que pertenece a la naturaleza de las cosas, un proyecto personal y civilizatorio: vivirlo conscientemente, crear las condiciones para que ocurra la amorización entre los seres inertes y vivos. Podemos enamorarnos de una estrella distante y establecer una historia de afecto con ella.

El amor es urgente en los días actuales, donde la fuerza de lo negativo, del anti-amor, parece prevalecer. Más que preguntar quién practica actos de terror hay que preguntar por qué fueron practicados. Seguramente el terror surgió porque faltó amor como relación que enlaza a los seres humanos en la bienaventurada experiencia de abrirse y acogerse jovialmente uno al otro.

Digámoslo con todas las palabras: el sistema mundial imperante no ama a las personas. Ama los bienes materiales, ama la fuerza de trabajo del trabajador, sus músculos, su saber, su producción artística y su capacidad de consumo. Pero no ama gratuitamente a las personas como personas.

Predicar el amor y gritar: “amémonos los unos a los otros como nosotros mismos nos amamos” es ser revolucionario. Es ser absolutamente anticultura dominante.

Hagamos del amor aquello que el gran florentino, Dante Alighieri, testimoniaba: “el amor que mueve el cielo y todas las estrellas”, y nosotros añadimos: el amor que mueve nuestras vidas, amor que es el nombre sacrosanto de la Fuente Originaria de todo Ser, Dios.

El autor es filósofo, teólogo y escritor.

 
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