Aun antes de que se constituyan oficialmente las candidaturas a las primeras magistraturas del país, con miras a las próximas elecciones generales de octubre, ya se hablaba en los círculos políticos de la oposición y de analistas en la materia, sobre la necesidad de una gran alianza con un solo binomio que tenga aspiraciones de ganar los comicios a costa del candidato oficialista Evo Morales.
No es necesario ser un aventajado analista o iluminado politólogo para saber con certidumbre y no de ahora, sino por lo menos desde hace un año, cuando la candidatura del actual mandatario estaba cantada y enfrente aún no había ninguna formalmente anunciada, que tanto Morales por un lado, como Carlos Mesa por el otro, eran las opciones que el electorado tenía para tamizar de lo que posteriormente sería una variada gama de opciones, no tanto en propuestas distintivas como en número parecido a la chacota.
De manera que con ese escenario pre electoral, por lo menos cinco de las ocho fórmulas inscritas ante el Órgano Electoral Plurinacional (OEP) no tienen chance de superar el cuatro por ciento de la votación. A partir del anuncio formal de Carlos Mesa, de postular a la Presidencia, el pueblo, mayoritariamente opositor al gobierno, (afirmación sustentada en el resultado del 21F y no expresada irreflexivamente) hizo esfuerzos por una sola candidatura que los mismos políticos, no obstante su aparente acuerdo con ello, se han encargado de desahuciar; hecho que no se puede condenar tan fríamente como se lo viene haciendo. Es decir, la posibilidad de llegar a consensos entre los candidatos tuvo que hacerse efectiva antes de la inscripción de los binomios ante el OEP. Hoy, hablando solo de las candidaturas con alguna aspiración, renunciar cualquiera de ellas a favor de la otra, significaría resignar cualquier probabilidad de poder, hablando por lo menos de la Vicepresidencia; entrampados como están, por efectos de las nuevas regulaciones en materia electoral.
Ahora bien, en los últimos días se ha venido acentuando la idea de una sola candidatura, pero nadie está dispuesto a ceder, lo que en alguna medida puede ser legítimo considerando las diferencias programáticas casi imperceptibles entre unas y otras, empero lo que resulta absolutamente ilógico es que, no obstante la ubicación en el contexto ideológico de cada una de ellas, deba endilgársele responsabilidad absoluta a Carlos Mesa de inviabilizar una unidad en tanto éste no está dispuesto a renunciar a su aspiración, cuando según todas las encuestas y por muy dirigidas que ellas estén, desde cualquiera de los lados en competencia, el candidato de Comunidad Ciudadana lleva una considerable ventaja sobre Oscar Ortiz, y ni qué hablar respecto a los demás que, en el escenario político actual, prácticamente no cuentan. Entonces, ¿cuál es el argumento políticamente sustentable para pretender que Carlos Mesa que, por decir lo menos, triplica la intención de voto que tiene el candidato por la fórmula Bolivia Dice No, deba ser el que resigne aspiraciones, que la mayoría de los votantes le mandan, de perseguir por vía democrática el poder?
Para todo el pueblo opositor, que en términos porcentuales es el predominante, lo ideal habría sido una unidad por lo menos de CC y Demócratas, es cierto, pero ante la imposibilidad de aquello, cualquier sugerencia o exigencia cívica de renuncia de alguno de ellos o adhesión al otro, por sentido común y elemental lectura de las preferencias ciudadanas, y más allá de mi desapego o adhesión a las indefiniciones programáticas de Carlos Mesa, se debe considerar que es en éste, en quien descansa abrumadoramente el apoyo ciudadano contrario al gobierno.
El autor es jurista y escritor.
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